Taiwan: Taipéi y Juifen (primera parte)
Cuando en 1542 los marineros portugueses decidieron llamar a Taiwán ihla Formosa (isla hermosa), supongo que no se habían imaginado el mito literario que estaban creando como tampoco el alcance de la certeza de sus palabras pues, casi quinientos años después, este apodo puede seguir utilizándose. Porque sí, porque Taiwán es hermosa, al menos en la sugestión de las primeras impresiones.
Aunque no ha sido por su poética denominación, sino por su posición estratégica en las rutas del comercio, la razón por la cual ha sido una isla disputada por todos. Por eso, sus primeros habitantes, aborígenes venidos de los pueblos austronesios (el archipiélago que rodea Australia), tuvieron que ir desplazàndose hacia el interior a partir del siglo XVI hasta casi desaparecer. Holandeses, chinos, japoneses y españoles fueron los encargados de expulsarlos o colonizarlos al apropiarse de sus costas, al principio, y de todo lo demás, después. Así, de invasión en invasión y de mano en mano, llegamos a la sociedad taiwanesa actual, una mezcla étnica y cultural bien diferenciada de todos sus pobladores, al mismo tiempo que la síntesis de todos ellos. Una sociedad, ante todo ecléctica que, según nos cuentan, ha elegido marchar por el camino medio como el mejor de todos ellos.
Día 1.
El avión aterriza en Taipéi y ya en el aeropuerto comprobamos la amabilidad de los taiwaneses de la que tanto hacen referencia las guías de viajes. Nos atienden con una cercanía expresada en su justa medida que, sin duda, se nos hace una grata bienvenida después de tan largo viaje.
El avión aterriza en Taipéi y ya en el aeropuerto comprobamos la amabilidad de los taiwaneses de la que tanto hacen referencia las guías de viajes. Nos atienden con una cercanía expresada en su justa medida que, sin duda, se nos hace una grata bienvenida después de tan largo viaje.
A Taipéi la rodean los ríos Tamsui y Xindian y se extiende a lo largo de una gran llanura flanqueada a ambos lados por un tupido bosque aterciopelado y mullido que va limando todos los ángulos de las colinas que escarpa. Un paisaje que ya admiramos en el tren y que juega al engaño de la vista cuando los árboles parecen empujar algunos grupos de edificios desde la profundidad de sus raíces. Sin dejar de mirar por la amplia ventana, observamos que pronto llegamos a la otra selva, la de hormigón y acero.
Taipéi fue fundada en el siglo XVIII por la dinastía Ming, sin embargo su estatus de capital se la dieron los japoneses durante los cincuenta años que tuvieron el control de la isla hasta el final de la Segunda guerra mundial. Después de una intensa, compleja y, desgraciadamente, sangrienta historia, hoy Taipéi es una ciudad limpia, moderna, abierta, tolerante, ordenada, dinámica y alegre en la que conviven las tradiciones y gustos de las fuertes herencias culturales chinas y japonesas. Así, en un paisaje urbano de suntuosos rascacielos, coloridos templos y sólidos edificios ennegrecidos por la humedad y a prueba de temblores, en sus templadas y agradables noches serpentean chispeantes mercados de puestos callejeros que ofrecen sabrosa comida a los cientos de comensales de todas las edades y condición que se sientan en las interminables filas de mesas de playa, parapetados verticalmente por decenas de paneles luminosos y neones multicolor. Eso sí, cuando el mercado de noche cierra todo se queda limpio como si allí no hubiera pasado ninguna manada de elefantes.
Día 2. Juifen
Recuperados después de un largo sueño que nos concilia con el nuevo horario, decidimos ir a Juifen en las montañas de Taipéi, pequeño pueblo que, según dicen, inspiró a Miyazaki para crear algunas escenas de El viaje de Chihiro.
Como la imaginación es libre al igual que la inspiración y el impulso artístico, aquí uno puede recrearse todo lo que quiera e imaginar qué aspectos habrían servido de fuente al autor japonés, ya que, si algo es el pueblo, es un lugar muy distinto de los escenarios de la película. Sin embargo, aunque no tenga mucho que ver, Juifen es un lugar pintoresco y singular que ofrece unas vistas de cine sobre la bahía de Keelung, puerto del distrito metropolitano de Taipéi y donde los españoles se establecieron allá por el siglo XVI.
Después de dejarnos arrastrar por la barahunda de turistas de un solo día por el laberinto de callejuelas ascendentes y descendentes repletas de pequeños restaurantes, manufactureras y tiendas de souvenir, decidimos subir los 1575 peldaños hasta la cima más alta de las montañas que lo circundan.
Además del budismo, en Taiwán, la otra práctica espiritual más seguida es el Taoísmo, cuyos valores éticos promueven el wu wei, es decir, la no acción o acción sin intención, la naturalidad, la simplicidad, la espontaneidad y los Tres Tesoros: compasión, frugalidad y humildad, todo ello para alcanzar la inmortalidad del alma que, en el plano físico y prosaico, no es otra cosa que llegar a viejo sin muchos dolores de articulaciones. Pues eso,Tao y 1575 peldaños en una pendiente de seiscientos metros, al sesenta por ciento de inclinación. —Tao, tao, tao, naturalidad, espontaneidad, articulaciones... —es lo que uno va pensando cuando, peldaño a peldaño y sofocado por el calor, mira hacia arriba y ve que no ve el final. Ahora, eso sí, otra cosa muy distinta es bajar con el conocimiento en su mochila y tras, efectivamente, admirar las vistas de cine desde lo alto, de haberse dejado deslumbrar por el horizonte salpicado de islotes que van hacia el estrecho de Taiwán o hacia el inmenso océano Pacífico. Tao.
De vuelta a Taipéi estamos cansados, pero encontramos un restaurante vegano cuyas sopas nos alinea de nuevo con las estrellas y la vida :)
De vuelta a Taipéi estamos cansados, pero encontramos un restaurante vegano cuyas sopas nos alinea de nuevo con las estrellas y la vida :)
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