Taiwán: Taipéi (segunda parte)
Acabamos de subir al autobús que nos lleva a Sun Moon Lake, es decir, el lago del sol y la luna. Está en una región montañosa del interior, a varias horas de Taipéi, así que tenemos tiempo de parar y reflexionar sobre lo que dejamos atrás.
Después de cuatro días, vamos viendo lo fácil y cómodo que es viajar por Taiwán, además de formarnos una primera idea de cómo es la sociedad taiwanesa. En nuestras entretenidas charlas de viaje, si en algo estamos de acuerdo es que la higiene y la consideración aquí es una constante, una tónica en la actitud social. Un ejemplo de esto último es el hábito de la cola pues, aunque también por organización, se hace por respeto al lugar que ocupa cada uno. También que los paraguas se presten en cualquier parte, que no se puedan subir pájaros al autobús, o ver que la taza de los váteres públicos tienen un adaptador incluido para que los niños también puedan sentarse son más muestras de su consideración que se suman a su ayuda y paciencia en los restaurantes cuando, pizarrita y traductor en mano, intentamos explicarles como podemos que somos veganos. Aquí tampoco pierden su temple tranquilo, amable y educado, en definitiva, considerado.
Por otro lado, aunque desafortunadamente aún exista en Taipéi, como en algunos países de su entorno, una asignatura pendiente en relación al uso excesivo del plástico, la polución del aire y la densidad del tráfico, hay que hacer una mención muy especial a cómo han resuelto el tema de la higiene, tanto en el ámbito privado como en el del público.
A pesar de que Taipéi es una ciudad enorme y muy poblada, las calles, da igual de que barrio, están siempre inmaculadas. Por no haber, no hay ni papeleras en la calle. Como este hecho es algo que llama mucho la atención cuando paseas y, sobre todo, cuando no tienes dónde tirar ese vaso del café-para-llevar que te acabas de tomar, hemos averiguado porqué es así. La razón de esta particularidad, es decir, de que las calles y grandes avenidas estén siempre tan tan limpias y no haya presencia de papeleras, basuras ni alimañas (no se ve una rata ni una cucaracha), es que hace años se decidió que la mejor manera de alejar su presencia y mantener un estado adecuado de limpieza, era quitar los contenedores y obligar a la gente a que se hicieran responsables de sus deshechos. De ahí que todos lleven una bolsita siempre con ellos que van llenando con los envoltorios o restos de lo que consumen cuando están fuera para, una vez en su casa, depositarlos allí. Es por eso que, como os conté en el relato anterior, en los mercados nocturnos, a pesar de que son como una gran cocina al exterior y están llenos de gente comiendo, cuando termina la actividad, parece que por allí no hubiera pasado nadie. Sorprende tanto como alegra comprobar que consiguen con eficacia convertir la higiene en un asunto de salud pública, en una muestra de progreso social y bien común. Además, esta manera de proceder no solo se limita al hecho del gesto del papel al suelo o de la ausencia de papeleras, sino que también se practica cuando algunos le ponen calcetines a los perros o surtiendo la ciudad de servicios públicos, gratuitos, amplios y muy limpios que encuentras en todas las estaciones, en el metro, parques, mercados y, en definitiva, en todo lugar que pueda convocar un número mínimo de personas. Verdaderamente admirable.
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