Conga

–Estas cosas solo pasan una vez –se dijo Carlos al ver que todo el avión estaba completo menos los dos sitios contiguos a él. –Cuando vuelva, iré a echar una lotería. Quizás Júpiter está en vete a saber qué conjunción y pone todas las estrellas de mi parte.

Unos minutos más tarde, las ruedas del avión se despegaban del suelo. El vuelo M374 tomaba rumbo a Cancún. 

Aunque se podía ver que la mayoría de los pasajeros iban de vacaciones, también se apreciaba que algunos hacían este viaje por negocios. Así era el caso de Carlos, que se dirigía a Cancún para cerrar la venta de unos terrenos en representación de una multinacional agrícola con sede en Madrid. Era su primera gran firma como abogado desde que trabajaba en el actual despacho, y también su primera vez en México. Por eso estaba un poco nervioso. ¿Quién no lo estaría en su lugar? Mezclar trabajo y placer era la única manera de no sentirse un pringado, la única forma de justificarse a sí mismo las largas y duras jornadas de trabajo e insomnio a las que le sometía su profesión. Sin duda, este cometido se le ofrecía como una oportunidad única para su autoestima laboral. Después de cerrar la venta, esperaba tener algunas horas para conocer la ciudad, visitar alguna de sus famosas playas y, si caía, liarse con alguno de esos tíos que salen en los catálogos corriendo por sus orillas. 

–¿Té, café, zumo? –le preguntó el azafato. –¿Algo para comer?

–Póngame lo mismo que a ellos –se refería a una pareja de recién casados que había delante de él y que no paraba de meterse mano –a ver si se me contagia su entusiasmo. 

–Lo siento, eso es champán, señor. Hay que pagarlo, no está incluido en el precio de su billete. 

–Entonces déjelo. Póngame una cerveza con unos cacahuetes. Eso sí está incluido, ¿no?

–Por supuesto, señor. 

Sentía envidia por aquellos dos. Allí estaba ella con su larga melena y él con sus pectorales; dos jóvenes llenos de vitalidad, con tantas ganas de comerse el mundo y, de paso, el uno al otro de puro arrebato. También había sentido eso alguna vez, por eso los envidiaba. Anhelaba ese estado en el que las hormonas te roban la razón. –A veces, un poco de locura no me vendría mal. Tanta cordura, no sé… –pensó masticando el último puñado de cacahuetes que se metió en la boca. –De todas formas, esos dos que aprovechen, que ya se les amargaran los besos que ahora se dan con tanta pasión. 

Un par de horas más tarde miraras hacia donde miraras, se seguía notando que se dirigían a un destino vacacional por el ambiente festivo que poco a poco se fue instaurando en el avión. Los pasajeros, despreocupados y sonrientes iban y venían a lo largo de los tres módulos de la clase turista, incluso a sabiendas de lo difícil que se lo llegaban a poner a la tripulación que, resignada, intentaba atender sus variadas y caprichosas peticiones. Tal era la atmósfera que se desprendía del habitáculo, que por momentos daba la impresión de estar en un patio de colegio en horas de recreo, donde todo sucede alrededor de la diversión, el griterío y las conspiraciones. Un grupo de jubiladas, que habían contratado un todo incluido en un resort a orillas del mar, y un hombre con coleta cana unos años más joven, que a juzgar por las confianzas que se tomaba y su manera de reír tenía pinta de no estar dispuesto a dejar pasar la oportunidad de engrosar su cuenta corriente satisfaciendo a todas y cada una de las septuagenarias, eran los encargados de procurar que el ritmo no decayera, los actores principales que articulaban esta especie de verbena. Así, al cabo de las dos primeras horas de vuelo, todos reían y aplaudían, bebían y comían, se cambiaban de sitio y de ropa, se intercambiaban fotos, metían y sacaban cosas de los equipajes… Toda una conga en sí. O, al menos, eso es lo que pensó Carlos.

Entonces, mientras el de la coleta cana le hacía ojitos a una septuagenaria de pelo malva, la pareja de recién casados seguía metiéndose mano, los de las filas siete a las once discutían acaloradamente sobre Belén Esteban y Rociito, y el personal de vuelo descansaba en la tranquilidad del office, un fuerte latigazo sacudió la aeronave, agitándolos a todos como ingredientes de una coctelera. También a Carlos que en ese momento se encontraba sentado en el váter excretando.

–Señoras y señores, permanezcan en sus asientos y abróchense los cinturones –indicó el piloto por el altavoz. –Estamos atravesando una zona de turbulencias. 

–¿Qué zona de turbulencias ni que ocho cuartos? ¡Estamos cayendo en picado! –gritó Juan Antonio, ferviente seguidor de Rociito y de la Esperanza de Triana –¡Ay, virgencita trianera! ¡Apiádate de nosotros!  –imploraba a voces.  

Efectivamente, el avión caía en picado y, a decir por la avalancha de objetos que se precipitó hacia la proa, iba a gran velocidad.  Algunos se pusieron a gritar, otros a llorar, otros a lamentarse de su mala suerte y otros a tratar de llamar a sus familiares y amigos a pesar de los esfuerzos de la tripulación por instar a la calma y a adoptar la conveniente postura de emergencia. Pero era inútil, nadie los escuchaba, la conmoción se había apoderado del avión. Solo Carlos, gracias a que se había quedado encerrado en el baño, fue capaz de adoptar con cierto sosiego la postura conveniente en caso de impacto. –De todas formas, aunque caigamos en el mar, aquí dentro me quedo como no se desbloquee la puerta. ¿Por qué no iría al baño de atrás? –se lamentó con la cabeza entre las piernas y los pantalones bajados. Entonces, de pronto, el avión se estabilizó.

Un silencio ahogó todos los gritos anteriores y durante unos segundos nadie se atrevió a decir nada, solo el pitido de algún bronquio o una tímida tos interrumpía aquel vacío sepulcral. 

–Señoras y señores –anunció ahora el piloto con la voz entrecortada: –hemos logrado estabilizar el avión.

–¡Eso ha sido la Esperanza de Triana! ¿Me escucháis? ¡La virgen nos ha salvado! ¡La virgen nos ha salvado! ¡Viva la trianera! –gritó el forofo de Rociito mientras el resto lanzaba vítores y hurras, los cuales, por otro lado, no dejaban escuchar las llamadas de auxilio de Carlos que no paraba de aporrear la puerta. 

Sin embargo, toda la euforia se desvaneció al intervenir de nuevo el piloto:

–Señoras y señores –dijo ahora, en el repentino silencio que se volvió a formar: –les informo de que debido a un problema en los motores de la aeronave vamos a tener que aterrizar sobre el mar. Es muy importante que mantengan la calma y sigan las instrucciones de la tripulación. La vida de todos depende de ello.

–¡Vamos a morir! –chilló el recién casado de delante.

–¡No! –añadió su mujer. Y por el ruido que prosiguió al eco de su exclamación, Carlos imaginó que debieron de abalanzarse el uno hacia el otro para seguir dándose el lote, eso sí, ahora, con más frenesí si cabe y acompañados de unos cuantos no, no, no que se oían entre la lejanía y la cercanía. 

–¿Ves? Eso es lo que tú tienes que hacerme a mí, majo, como esos dos recién casados –le dijo la septuagenaria con prisa y ardor al hombre de la cola cana. –Fóllame y no me sonrías más, que pa lo que nos queda aquí dentro…

–No, no, no… –seguían otros aullando. 

–Señores, siéntese y abróchense los cinturones, abróchense los cinturones…. Inclínense hacia delante y sujétense las rodillas… Las rodillas…  –vociferaba una azafata a la que nadie hacía caso. –Por favor, señores... La cabeza hacia abajo… 

–¡Tú, cállate ya y dinos dónde están las botellas de champán! –le interrumpieron. –No seas mema, deja de dar órdenes y disfruta, so tonta. ¡No ves que vamos a morir!...  ¿Es que nadie tiene música en este puto avión? 

Y dicho y hecho. De pronto comenzó a sonar Enjoy de Silence de Depeche Mode mientras el avión seguía cayendo y cayendo y los pasajeros peleando y peleando por agarrar alguna botella de champán, cava, wiski o vodka que corrían de boca en boca con la agonía del último buche. 

Estaba encerrado en el baño, sí, pero Carlos podía ver a través de las palabras, de las voces, del sonido todo lo que estaba sucediendo en la cabina del avión. En definitiva, un caos en el que nadie era capaz de mantener la coherencia ante aquella situación. Como si en lugar de darse una oportunidad de vivir cumpliendo las indicaciones, prefirieran no ver más allá, no apostar por aferrarse a esa única posibilidad de salvar la vida y, por el contrario, ser ellos los que acabaran con ella; como si lo que quisieran en el fondo fuera inmolarse. Agradecía no estar ahí, haberse quedado encerrado en el baño. –Al final, va a ser verdad que Júpiter me está favoreciendo. Ya lo veremos  –sonrió con el tronco inclinado hacia delante, agarrándose las rodillas y ya con los pantalones subidos. 

–Quiero bajar a la bodega del avión –seguía oyendo sollozar a uno–. Quiero morir con mi Tobi, está solo allí abajo.

–Rezad a nuestro señor, Él es el único que nos puede salvar –oía predicar a otro.

–Cabrón, no te bebas todo el ron –regañaban.

–¡Esto es por culpa de los comunistas! –aseguraban.

–Señora, esa es la mascarilla de oxígeno, no un gorro de carnaval –ordenaban.

–Te quiero, Antonio, cásate conmigo –se declaraban.

–Me gustan las mujeres –oyó Carlos también confesar en un sucesivo collage interminable y delirante de los pasajeros que preferían la catarsis del alcohol y de la fiesta como único destino posible. Para ellos era fundamental no levantar la mirada más allá del morro de la botella ni tampoco de sus propias palabras. 

 –No llores hombre, si total la vida pasa así, como un fuego fatuo. 

–Nuestro hijo es un bebé robado. 

–Donde va a parar, güey, la virgen de Guadalupe ha hecho muchos más milagros, está científicamente demostrado. 

–La puta derecha, esto es por la puta derecha.

–¡Fiesta!

–Más fuerte… Así, dame más fuerte…

–Eres un cerdo, te has acabado la botella tú solo.

–Fui espía.

–Sube el volumen, hombre. ¡Todo el mundo a bailar!

–Se la chupé al marido de mi hija.

–¡Si me vieran en la oficina!

–Seguro que el piloto al final nos salva. 

Y Depeche Mode seguía sonando.

–Señoras, señores –se volvió a escuchar por megafonía: –nos aproximamos al objetivo. El impacto está a punto de producirse. Asegúrense de tener los cinturones de seguridad bien abrochados y no olviden seguir las indicaciones de la tripulación. Qué Dios, o lo que sea, nos proteja. Comienza la cuenta atrás: 10, 9, 8 –Y todo el pasaje, menos Carlos, se puso a corear: –7, 6, 5, 4, 3… 


                                                                       Fin

                                                                                                                                              Elromeroenflor

 

Para que escuches y leas la letra de Enjoy the silence de Depeche Mode:

https://m.youtube.com/watch?v=8DPAUVmJHss

https://www.musixmatch.com/es/letras/Depeche-Mode/Enjoy-the-Silence/traduccion/espanol

 


Comentarios

  1. Elijo meterme en la cabina con Carlos. Espero que pueda abrir la puerta. MUY BUENO.

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