Una vez probado el alivio

Expresarse como uno es después de haber pasado una infancia y juventud escondido, con miedo a que le delaten, señalen, insulten, humillen o golpeen como en tantas veces durante estos años en el colegio, el instituto, los espacios de ocio o en la misma acera, es un alivio. Poder vivir expresándose, mostrarse amando libre y públicamente a quien le dicte su corazón y su sexualidad sin el temor y el terror de ser castigado por ello, es un tesoro que sólo los que hemos sufrido una represión así durante parte de nuestras vidas, sabemos de su inmenso valor, de su significado: es el sabor de la libertad, el alivio de ser uno mismo. Y es precisamente la posibilidad de volver a perderlos (el alivio y la libertad) a cambio de volver a los días de "anonimato forzoso", de estigma, de mentiras y temor, lo que nos pone la carne de gallina cuando vemos que las agresiones físicas y verbales hacia las personas homosexuales, transexuales o de diversidad de género son cada vez más frecuentes y recurrentes. 

Aquí, en occidente, la homosexualidad, salvo en los tiempos de la Antigua Grecia y Roma, la década de los años 20 del siglo pasado, y en los últimos cuarenta años, siempre ha sido silenciada forzosamente. Así que, durante siglos, como una vergüenza, la única Historia (en mayúsculas) que ha conocido es, esa, la del silencio y la represión. Quizás, por eso, los que conocemos las consecuencias de vivir bajo este "anonimato forzoso", seamos muy conscientes de la desgracia que supone el inesperado y rápido ascenso a las instituciones de los partidos de ultraderecha pues, como comprobamos diariamente, su acción política no es, no existe, sin un discurso extremo de odio y desprecio que no les cuesta poner en práctica.

La doctrina de ultraderecha y sus enunciados no sólo vuelven a formar parte tanto del paisaje político y social como de la visión del mundo de sus simpatizantes, sino que también va absorbiendo poco a poco a una derecha de centro, moderada, cada vez más obligada a copiarla para poder subsistir. Entretanto, en las calles de Francia, Italia, Hungría, España, Polonia, Inglaterra, EEUU o Brasil, lugares en los que hasta hace poco se ha vivido en igualdad y la diversidad ha sido un síntoma de la buena salud de sus sociedades, crece el número de palizas o asesinatos a personas que quieren seguir respirando con alivio y sin mirar atrás.

Por fortuna, en muchos países, entre ellos España, estas agresiones están todavía tipificadas como delitos y la ley las condena. ¿Pero hasta cuándo? 

Sé que términos como persecución, represión, marginación o negación de uno mismo son sólo palabras vacías, conceptos abstractos cuando no forman parte de la experiencia vital de cada uno. Por eso os animo a que escuchéis las muchas voces que se están alzando para, desde su experiencia personal, alertar de la dimensión del problema, para apelar a vuestro sentido común, a  vuestra comprensión, escucha activa y empatía; para pediros un esfuerzo a  los que no corréis ningún peligro de ser violentados y entendáis que permitir o facilitar que la ultraderecha gobierne, además de abrir la caja de Pandora, es incurrir en un acto de pleno desamor. 

Elromeroenflor 

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