Espero que resucite Chanquete para irme en su barco a seguir cultivando la vida con él

Sí, el título parece una ensoñación dado que el viejo marinero fue solo un personaje de ficción, sin embargo, el director de la serie Verano azul que lo creo, Antonio Mercero, no. Tampoco sus ideas, ni el tema principal de la serie, pues siempre será una opción: el abrazo a la vida; ni su conflicto, el aviso del que el director ya entonces nos alertó: la destrucción del planeta a manos de la ceguera y la ambición, de nuestra propia inconsciencia.

Al ver la serie Verano Azul, uno descubre que Antonio Mercero, además de retratar con nitidez la nueva clase media española que por aquel entonces ya se empezaba a multiplicar, asentar y definir como fenómeno de masas, nos avisaba del impacto y las consecuencias que los hábitos de consumo de estas personas traían para el medioambiente; de la mezcla explosiva que suponía, por un lado, la euforia consumista de aquella clase en ciernes y, por otro, la ambición sin límites de los que empezaron a llevar a la práctica políticas turísticas y urbanísticas basadas en lo que luego hemos conocido en España como de “pelotazo”. Pura dinamita para cualquier tierra virgen cuyos parajes naturales, como eran los de Nerja, se ven seriamente dañados, si no destruidos, por la acción devastadora de esta combinación.

Ya es por todos sabido que aquellos que dirigieron los peores años de nuestra historia reciente, encontraron una nueva estrategia de poder en el momento que empezaron a cambiar los aires políticos. Que sin ninguna dificultad enterraron el acre del blanco y negro que les definía bajo la apariencia alegre del color pop de las películas de una Marisol adolescente, de la velocidad de los seiscientos, del bikini de las francesas y las suecas, de las promociones inmobiliarias que se fueron apiñando en primera línea de playa y, por supuesto, del veraneo, el cual se convirtió en la gran piedra angular del oportunismo económico made in Spain. Así, un summertime modus vivendi basado en el despilfarro quedó instalado en el corazón de las familias españolas a las que, con astucia propagandística, se les fue inoculando la ciega creencia de que el verano no era verano sin el correspondiente apartamento de playa o las copiosas paelladas chiringuiteras. La cada vez más abundante clase media aplaudía desde primera línea de playa estos cambios y, claro, también sus correspondientes hábitos. El regocijo material se volvía una constante que terminó por grabar una sonrisa etrusca en el caluroso mes de agosto. Los veraneantes de fuera y dentro de las fronteras estaban de enhorabuena, los once meses restantes de puteo laboral ya tenían sentido, eso sí, cayera quien cayera y se destruyera lo que se destruyera. Todo con tal de mantener la sonrisa etrusca estival.

Probablemente este nuevo escaparate no le pasara desapercibido a Mercero y precisamente fuera una de las fuentes que le llevaran a realizar Verano azul, una metáfora de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso, a efectos simbólicos y, a efectos prácticos, un llamamiento a abrazar la vida como única forma de salvación, como única manera de evitar la destrucción y el deterioro medioambiental que se nos venía encima. Sin embargo, y a pesar de la sinceridad y precisión del mensaje a lo largo de sus capítulos, este no se supo leer correctamente. Por el contrarío, pasó lo que suele pasar cuando las ideas de un autor van demasiado por delante de la madurez del público que las acoge, que su esencia no trasciende, que se pierde en la deriva de la libre interpretación. De ahí que nadie viera, ni oyera, ni hablara de aquello de lo que Mercero nos prevenía y, supongo, quería que fuéramos conscientes y Verano azul, en su lugar, acabó convertida en el cliché de melancolía juvenil y veraniega. Nadie supo o quiso ver que la serie denunciaba que la tierra moría a golpe de talonario en muchos de los despachos de los ayuntamientos, los cuales hacían su "agosto" con el silencio cómplice de la ignorancia y el interés; una práctica oscura, de enriquecimiento fácil, rápido y millonario, difícil de contener o evitar. Ni siquiera los esfuerzos del más noble David, encarnado en Chanquete y Julia (dos humanistas retirados del mundanal ruido) y en un grupo de chavales (aún sin corromper ni malear por los peores defectos del hombre, puros como el propio paisaje de Nerja), sirvieron para vencer al poderoso Goliat, personificado en el capital y sus prácticas urbanísticas.

Unos años después, aquel escenario nerjeño que Mercero eligió para hacer una metáfora de la expulsión del Paraíso no solamente no ha logrado mantenerse intacto, como pidió el viejo Chanquete en su última voluntad, sino que su costa casi ha sido despojada de todo signo de vida, más allá, incluso, de las peores previsiones que el director vaticinó en la serie. Y junto al de Nerja, todos los municipios que también han sido tocados por la mano envenenada del "pelotazo" urbanístico han corrido la misma suerte. Entre ellos se encuentra la ciudad de Málaga, la cual, desgraciadamente, ha sufrido un deterioro medioambiental constante desde que es regida por Francisco de la Torre, quien más que de alcalde ejerce de constructor y promotor inmobiliario. 

El talón de Aquiles de la ciudad Málaga, como de tantas otras, es la falta de agua y su acuciante desertización. Sin embargo, está situación no parece importarles al regidor ni a su equipo que no paran de firmar licencias para la construcción de nuevas y enormes promociones inmobiliarias. La tierra se seca y los responsable de evitarlo no hacen nada salvo, supongo, enriquecerse. Si no, cómo se explica una política urbanística tan invasiva y dañina? A qué se debe? 

En Málaga no hace falta que Francisco de la Torre y su equipo firmen más licencias de nuevos edificios que contribuyan a desecar los ya exiguos y explotados pantanos y recursos hídricos. Lo que sí hace falta, sin embargo, es que se dejen de vaciar los acuíferos subterráneos, se reforeste la ciudad, se haga por reducir la polución del aire y se tomen medidas reales y efectivas que ayuden a frenar el cambio climático. Sin duda, una gestión municipal que puede convertirse en una ensoñación similar a la del título de este artículo si tú, que lo lees, no eres consciente e impides que suceda como sucedió en su día con la costa de Nerja, la nueva clase media, Verano azul y la denuncia de Mercero. Sí tú, que lo lees, no ves el exceso y el deterioro que está sufriendo la ciudad de Málaga. Si tú, que lo lees, no dejas de aplaudir las apariciones estelares de un alcalde que inaugura "cosas" -bien sea una escultura de Roberto, el cantante del grupo Tabletón, bien una nueva sede cofrade, bien un adoquinado a los pies de un futuro hotel-, cuyo único fin es tenerte satisfecho y callado para, entretanto, seguir con el negocio de la construcción. Vicente Aleixandre, premio Nobel de Literatura, apodó a Málaga "Ciudad del paraíso", por eso, si no actúas, si no paras los pies a la ambición y delirios urbanísticos de este alcalde y su equipo, finalmente, como temió Mercero y temería Aleixandre, acabaremos siendo expulsados del Paraíso. 

Elromeroenflor 

 


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