76500

 

Y el príncipe buscó a aquella misteriosa jovencita por todas partes. Junto a su séquito fue pegando incansablemente de puerta en puerta hasta que, por fin, tras largas y agotadoras jornadas, la encontró. Valió la pena tanto esfuerzo. Allí estaba ella, tan cándida postrada ante él, dispuesta a mostrarle sus piececitos. La más bella y delicada flor de su reino, el más hábil de los seres capaz de andar y bailar toda una noche sin romper los zapatitos de cristal que llevaba.

-¡Guau! ¿Toda una noche con zapatitos de cristal sin romperlos? ¡Imposible!, -exclamó de repente una doncella casadera del reino de al lado cuando se enteró.

-Sí, que yo lo vi, -le respondió otra que estaba con ella.

-Pero, ¿de cristal, cristal?

-Del más fino. Que yo estaba allí cuando uno de los dos se cayó y se hizo añicos.

-¿Y a quién se le cayó?

(…)

Pues eso, -continúa el narrador-. ¿Cómo no iba a buscar el príncipe a menudo portento capaz de bailar toda una noche en zapatitos de cristal? El príncipe no era tonto, con ella tenía la descendencia asegurada.

 

Sí, la niña prodigio de los zapatitos de cristal no era Marisol, sino Cenicienta. O Rosalinda, como la llamaban antes de caer en la desgracia de aquel agujero infecto de fogones, en la del gris de las cenizas que la hizo desaparecer a ojos de su círculo social. ¡Qué desgracia! Y más cuando se anunció el baile, al que tanto deseaba ir a pesar de saber que su nueva condición de pobre y sirvienta no la dejaba.

Entonces apareció un hada, el milagro que lo solucionaría todo y que realizaría el deseo de la joven, pero solo porque ella se lo merecía; al ser de noble cuna tenía este derecho incluido en el pack del linaje. Un privilegio que si no hubiera sido quien era nunca habría tenido. ¿O pensáis que el resto de cenicientas del reino no desearon aquella noche ir también al baile? Sin embargo, allí se quedaron, fregando y recogiendo las cenizas de los fogones; no tenían la alcurnia suficiente para que un hada se les apareciera. Una cuestión de condición social, así de simple. Acudir al baile del príncipe era algo reservado a unos pocos, a un selecto número de privilegiados por su cartera o pelaje. Vamos que, si no se estaba dentro, por no tener, uno no tenía derecho ni a barrer el confeti de la fiesta. Porque en estos mundos de Cenicienta, lo bueno quedaba a espesas de los privilegios de clase o, en su caso, de los milagros.

Y pasan los años y aún seguimos escuchando estos “cuentos”, creyendo y asumiendo (digo yo que será de tanto escucharlos) que al baile del príncipe solo pueden ir unos pocos.

Los cuentos se modernizan. Ahora acaba de salir una nueva versión de Cenicienta en la que se canta, hace de hada un drag queen y la joven protagonista se quiere realizar trabajando en lugar de casándose con un príncipe. La nueva versión pone fin al yugo de la sumisión al hombre, sin duda, pero no al de los privilegios.

Otra versión del cuento que se acaba de publicars es la que contó el otro día TVE en su Telediario de las 15:00, hora punta, en la que se relataba como la más graciosa y pancha de las historias que la princesa Leonor se marchaba a Cambridge dos años para estudiar un bachillerato (apodado Internacional), el cual iba a ser sufragado por sus padres con su salario de reyes y que costaba 76500 euritos de nada. A la presentadora solo le faltó decir aquello de: “Y colorín colorado este cuento se ha acabado”. Porque no me digáis que asumir como normal que unos estudios cuestan 76500 euros no es de cuento de hadas y pricesas.

¿Cuántos nos sentimos cenicientas al oír esta noticia? Yo desde luego lo hice.

Hacer tanto de la educación, como de la sanidad, el acceso a la vivienda, la alimentación, la integridad moral o religiosa una cuestión de privilegios es una aberración vomitiva, además una enfermedad mortal que destruye el pilar fundamental sobre el que se sostiene una democracia como la nuestra: la igualdad de derechos y oportunidades. Y más vomitiva, aberrante y cancerígena es si esto se hace de mano de unos monarcas que dicen ser nuestros representantes.

-¿Pero cómo nos van a representar si nunca han salido del cuento? -interrumpió la misma doncella casadera.

-Hija, es que han nacido así, -respondió su acompañante. -Ellos tienen derecho.

 

Elromeroenflor

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