El algoritmo del cocido madrileño de mi madre

Que rico estaba el sustancioso cocido madrileño que preparaba mi madre. No me extraña que, en su origen, fuera bocado real solo apto para monarcas. Carnes, tocino, chorizo, morcilla, garbanzos, nabo… Luego, años más tarde, este delicioso festín pasó de la mesa principal del soberano a la del populacho, con lo que la corona, en su afán de distinguirse, lo sustituyó por otros arreglos culinarios menos accesibles para la chusma. Del mismo modo que con el cocido, sucedió, a partir del siglo XVI, con el gusto cortesano hacia el diferente, hacia aquel que traían de lejanas tierras allende de los mares los navegantes europeos, una vez Colón inauguró la carrera global de la libre apropiación. La moda por el diferente se instauró y poco a poco se trasladó de las jaulas de los jardines de palacio a las de los parques y descampados de la urbe.

Die Wilden, in den Menschenzoos” (Salvajes en zoos de hombres) es un documental producido por el canal Arte y os aseguro que su visionado no deja indiferente. En él se muestra cómo, entre la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX, existieron en las ciudades de toda Europa y Estados Unidos circos y parques temáticos que exhibían sorprendentes, a veces monstruosas, criaturas de otras latitudes del salvaje y peligroso mundo incivilizado. Estas criaturas se convirtieron en la más demandada atracción de entonces, a pesar de que, ni mucho menos, eran seres bicéfalos con cuerpo de serpiente y garras de león que escupían llamas de semen o fuego, sino individuos semejantes a ti que lees. Es decir, hombres y mujeres de todas las edades con circunstancia sociales, familiares, psicológicas y emocionales tan determinadas y determinantes como las tuyas. Sin embargo, a la diferencia habida en su relación con el medio se le sacó un buen pellizco.

Igual que sucedió con los mercados de esclavos, estos individuos eran secuestrados, cazados en su lugar de origen. Tras recorrer un largo viaje en el que muchos morían, eran expuestos por empresarios sin escrúpulos que hacían su agosto sin reparar en la salud e integridad de estas personas. Por medio de tremendos y sensacionalistas apelativos como “salvaje”, “peligroso”, “monstruoso”, “mono”, “caníbal”, “idiota”, “primitivo”, “vago”, etc., se atraía hasta estos lugares a un público ávido de sensaciones y dispuesto a pagar cualquier precio que se les pidiese en taquilla. El business estaba hecho, la mentira y el morbo ayudaban a hacer cuantiosas cajas.

La última exhibición en estos zoos de hombres tuvo lugar en 1930, momento en el que cerraron sus puertas y cayeron en el olvido junto al dolor infligido. No lo han hecho, por desgracia, sus consecuencias, que aún se arrastran allí donde se prodigaron. El relato despreciativo que se creó en torno a ellos por mor del business, caló profundamente en el inconsciente colectivo de la sociedad blanca y supremacista norteamericana y europea. De ello se dio, por ejemplo, un imaginario cinematográfico de peligrosos salvajes o caníbales que era frecuente ver en las películas de King Kong, Tarzán o de Western. Además, las cruces prendidas del KuKusKlan, el asesinato de Martin Luther King, la opresión étnica en Latinoamérica o Australia, el Apartheid de Sudáfrica, Namibia o Zimbabue, o las expresiones racistas de nuestro lenguaje (que no olvidemos es la expresión viva de la comunidad que somos) son otros de los varios comportamientos derivados de esta sombría práctica. Y solo porque el business lo quiso así.

El business lo era y lo sigue siendo todo. Cuanto mayor es su falta de escrúpulos, mayor el cash y la capacidad de destrucción que genera. Hoy, uno de los que más triunfa es la venta de nuestros datos, ya lo sabemos. No solo se vende la información de tu ficha personal, también tus hábitos, preferencias y contactos. El uso de Internet nos ha convertido en información cuantificable y negociable con todo aquel que busca algo de ti. Este modus operandi ya lo hemos aceptado y a sus efectos acostumbrados. Las empresas recolectoras de datos, principalmente buscadores y redes sociales, invierten cantidades ingentes de dinero en el desarrollo de sistemas y dispositivos capaces de mantener activa tu atención sobre la pantalla. Mirar compulsivamente los mensajes de tu aplicación de mensajería, el correo electrónico o los avisos de noticias no es casual sino conducido. Toda esta manipulación de la voluntad se organiza con la ayuda de algoritmos que, controlando qué ves, cómo, cuándo, cuánto tiempo y por qué, eligen por ti el titular, el producto, la idea, la lectura, la pareja o la apariencia que debes tener. Dicho de otro modo, los algoritmos de la red se han convertido en espías de novela negra que, camuflados en el piso contiguo, vigilan tus movimientos a la espera de actuar por orden superior, la del business

Por si fuera poco, además de predecir, deducir o falsear como nunca nadie lo hará, los algoritmos han empezado a aprender de sí mismos y por sí mismos, algo así como tener vida propia e independizarse del hombre, toda una revolución. A esto se le llama deep learning o machine learning. Coches autónomos, drones, robots automatizados para la medicina, el medioambiente o la agricultura son algunas de sus aplicaciones hasta ahora controladas. Ya son capaces también de escribir libros y construir discursos orales, así que lo que ahora leéis, ¿quién os asegura que no lo ha escrito un algoritmo?... No os alteréis, lo ha hecho un humano. Pero supongo que en un futuro cercano semejante artículo, que está a punto de acabar, en vez de iniciarse con “Que rico estaba el sustancioso cocido madrileño que preparaba mi madre (…)” lo hará con “Que rico estaba el sustancioso cocido madrileño que preparaba mi algoritmo”.

 El algoritmo que ha introducido el business en nuestra vida cotidiana está cambiando todo lo que reconocemos como verdad. Cuando ya no quede rastro de ella, cuando el algoritmo haya transformado completamente la manera de valorar el mundo, a qué llamaremos verdad, qué reconoceremos como tal, dónde quedará el sabor del cocido madrileño de mi madre. 

He dicho,

Elromeroenflor

 

Comentarios

  1. Qué maravilla Romero!! Un re-visionado de un par de películas tras leer su magnífica entrada en el post me ha llegado a la mente y ganas. INCEPCION y HER.... Muy recomendables ambas, tanto, como este artículo que debiera encontrar columna en algún diario que se lo mereciese.

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