Ladies first


Sueño de una noche de verano es, probablemente, una de las obras más vitales, agudas y complejas que nos haya llegado de la mano de Shakespeare. En ella, el autor crea un mundo donde la oposición de fuerzas es la constante y en el que sus líneas argumentales se entrelazan y convergen en el amor. El amor no abstracto ni divino, sino concreto y mundano visto desde múltiples ópticas: filial, carnal, imposible, confuso, sereno, inexplicable, diverso o intrigante. Expresiones de un sentimiento que página a página nos mantienen casi sin aliento en la locura de su lectura.

Muchos han sido los directores de escena que se han atrevido con ella a lo largo de sus ya más de cuatrocientos años convirtiéndola en uno de los textos dramáticos más representados, versionados y aclamados de la historia del teatro. Toda una dicha mirándolo desde la agonía que desde hace años sufre el teatro. No obstante, su éxito no la exime de denuncia, pues en todas las propuestas que de ella nos han llegado, se ha obviado el cruel y machista castigo que sufre Titania de manos de su marido Oberón, presentándose como un efecto colateral más del amor y tratándose por todos con unánime condescendencia e indulgencia. Insólito.

Para quien no conozca la obra o no se acuerde: Oberón, rey de los bosques, escarmienta a Titania, reina de las hadas, por oponerse a él y dejarle sin un hermoso joven indio el cual quería como caballero de su séquito. La hechiza para que se enamore ciegamente del primer ser con el que se tope. Así, Titania, una vez perdida la voluntad, cae rendida a los pies de un adefesio, un monstruo mitad hombre mitad burro, petulante, acémila símbolo de la lujuria por el tamaño descomunal de su miembro que hace con ella lo que quiere al encontrar su plena disposición.

Pero como todo sucede en clave de comedia, entre palabras de ardor y pasión, la verdad se empaña. Titania es denigrada, desposeída del tesoro más valioso de la vida, la voluntad, motor de la libertad. Es condenada a la ceguera, a sufrir el síndrome de Estocolmo y a no darse cuenta de que está siendo violada reiteradamente por una mala bestia. Oberón, esposo, lo ha decidido así, pues es él quien dirige el matrimonio. Esta punición debe servir de correctivo a la desobediencia de su esposa.

Ver o leer la obra y aceptar este suceso sin inmutarse ante la violencia explícita (no implícita) que se produce hacia la figura de la mujer, vale la pregunta de quién, realmente, es el hechizado, si Titania o el público. Cada vez que se aplaude la propuesta de un director que recrea esta escena como delirio del amor carnal y no como el maltrato que supone, significa aceptar el machismo y reforzar los muchos micromachismos que nos rodean. Y esto es lo denunciable. Porque tanto el machismo desde su visibilidad, como los micromachismos desde su imperceptibilidad, definen una sociedad que conserva y favorece el control del hombre sobre la mujer, la misoginia y la fanática creencia de que la mujer es, de los dos, el sexo débil. Por eso justificar el maltrato de Titania bajo cualquier excusa es tan grave como defender la mutilación genital femenina, determinar que el rosa es el color de las niñas, comentar la suerte que se tiene porque el marido ayuda en casa o decir ladies first cuando un hombre y una mujer coinciden al hablar al mismo tiempo.

Y el otro día lo volví a escuchar: ladies first. Lo primero que se me ocurrió, entonces, fue preguntarle a quien lo dijo dónde quedaban, por ejemplo, los hermafroditas, que también son y están entre los ocho mil quinientos millones de habitantes de la Tierra, o, por ejemplo, los queer. Después, ya menos caustico, me acordé de la humillación a Titania, de su maltrato y del que han soportado las mujeres de mi familia y las de las familias de mis amigos. Del que siguen soportando miles de mujeres que son tratadas diariamente con el condescendiente y presuntuoso ladies first de cuyo grado de amabilidad se desprende el nivel de prepotencia y afán de control. 

Tanto en la ficción como en la realidad, en el pasado como en el presente, aquí como allí, ni nos sobran los casos de maltrato a la mujer ni nos faltan datos con los que objetivar y hacer incuestionable este hecho. Aun así, la semana pasada, una diputada de Vox lo desmentía en la intervención que realizó en su turno de palabra desde la tribuna del Congreso, lugar que, por su significación, debería ser paradigma de conocimiento y respeto. En ella, expresó, entre otros equívocos, que la violencia no tiene género y que, además, en su grupo parlamentario no aceptan que la violencia esté en el ADN masculino. En fin, señora diputada. De lo primero, son los propios datos los que la corrigen, tan solo tiene que remitirse a cualquier centro acreditado de estadística. Acerca de lo segundo, es la muestra de su escasa cultura lo que explica sus palabras, pues, señora diputada, no es que la violencia de género esté en el ADN de los hombres, que no lo está, sino que donde reside es en el ADN de la cultura. Creo que, por ello, no le vendría mal darse una vuelta por las estanterías de los universales junto a sus compañeros de partido y, entre otros, leer en grupo Sueño de una noche de verano. Seguro que aprenden algo.

He dicho.

Elromeroenflor

Comentarios

  1. Genial, Romero en Flor... También conozco hombres culturetas o seudoculturetas muy muy machistas, algunos encubiertos por el... Que dirán.

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  2. Muy bueno
    El machismo está en el ADN de la cultura
    🥰🥰

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