La Tota de Málaga

La Tota ha sido una de las mujeres más valientes que nunca he conocido. Nació hombre a pesar de que su género y esencia eran de mujer. Le tocó capear su conflicto corporal en una época torpe y oscura para la pluralidad y en la que casi nadie cuestionaba su rol de género heterosexual ni, por supuesto, su sexo. Menos aún en una ciudad de provincias como Málaga. De nada servía que a unos pocos kilómetros estuviera Torremolinos, el pueblo costasoleño que permitía fluir a los extranjeros, porque fluir fuera del armario solo podían hacerlo ellos mientras que en las redadas policiales únicamente se detenía a “invertidos” con DNI español. Pero La Tota resistió este tiempo. Pudo con el miedo al calabozo y con mucho más.

Los recuerdos e informaciones sobre aquellos años me revelan la vida social de esta mujer dividida igual que su cuerpo. Por un lado, muchos de su entorno la quisieron y aceptaron sin cuestionarla. Formó parte, como una más, de la alegre y pintoresca alegoría de nuestro vecindario. No obstante, al mismo tiempo, también fue víctima, centro de mofas y, a veces, insultos. La corriente del respeto mutuo corría por nuestras calles como agua de manantial, aunque, desgraciadamente, la del odio también. Así, desde este se la caricaturizó y ridiculizó, se la trató de adefesio casi alzándola como monigote a quemar en las hogueras de las noches de San Juan. Tal era la maledicencia que, entre los niños, se contagió el temor de no poder acercarse a ella porque si se te ocurría dirigirle la palabra o defenderla, se te colgaba el San Benito de maricón. Pocos eran los días en los que no oyera a alguien reírse de su persona desde una especie de supremacía de lo correcto. Siempre presente en los perversos labios de toda esta gente que regó la semilla del odio con agua envenenada de la fuente de la moral francocatólica. Unos la estigmatizaron, sí, pero otros lo contrarrestaban con afecto y respeto. La bondad triunfaba.

Por eso pienso que La Tota supuso un ejemplo de vida para todos, para mí el primero. Porque supo vivir, a diferencia de algunos de sus vecinos, por encima de las circunstancias, liberada del yugo de la doble moral y de la porra policial. No se achantó y, travestida a falta de dinero y tecnología para cambiar de sexo, llevó con decisión y orgullo su identidad de mujer por los rincones de Málaga. Caminó pisando sobre la inmundicia de los bulos, de la carroña social o de su propio retrato de adefesio valiente y con dignidad, esa misma que mostraba vendiendo la rápida o llevando su mono de pintora de brocha gorda al ir a trabajar.

Hasta enterarme de que murió, me preguntaba si seguiría viva y cómo participaría de estos nuevos tiempos en los que por fin hay un lugar para la identidad de género. O, si estuviera muerta, si le habría dado tiempo escuchar las disculpas que todos en alguna medida le debemos y perdonar a aquellos que la convirtieron en monigote para quemar en las hogueras de las noches de San Juan.

Durante el ocho de marzo de este año dos mil veinte, una gran cantidad de mujeres y hombres salieron a celebrar, conmemorar y defender, una vez más, el día de la mujer y la liberación de la esclavitud monodireccional de género. Tan solo unas horas después, la crisis del Covid19 fue aprovechada por el mismo odio que en mi infancia estigmatizó a La Tota para estigmatizar también esta fecha y acabar, así, con su festividad y significación. Las argucias que ha estado empleando para tan abominable fin han sido las mismas de siempre: violencia, mentira y miedo (que parecen formar su Santísima Trinidad). Pero esta vez sus planes no le han salido a derechas como, probablemente, tampoco le saldrán en las siguientes que lo intente, ya que en el próximo ocho de marzo seremos muchas las que caminaremos como nos enseñó La Tota, esta mujer del barrio de la Victoria.

He dicho.

Elromeroenflor

 

Comentarios

  1. Valiente mujer La Tota. ROMEROENFLOR genial tu artículo. Que los retrógrados no corten el avance evolutivo tan necesario en la sociedad

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