El Ministerio del Tiempo

He visto el capítulo de esta semana de El Ministerio del Tiempo. No soy seguidor de la serie, pero me gusta porque, como los cómics, delimita muy bien la ficción de la realidad. Nada es creíble, aunque sí verosímil. No hay peligro de confundirse.

Para quien no la conozca, resumiendo, la saga centra cada capítulo en una anomalía histórica a resolver y en los personajes vinculados a ella, todo a fin de mantener la actualidad tal como la conocemos. Los casos son despachados por unos cuantos héroes ministeriales que van y vienen como Pedro por su casa por los túneles del tiempo. Así, en esta ocasión se enfrentan al robo, por parte de la Unión Soviética, de la escafandra estratonáutica de Emilio Herrera, ingeniero militar granadino, a quien se le debe, entre otras cosas, que el hombre haya alcanzado la luna. Además, los guionistas, cucos como debe ser, aprovechan esta coyuntura fabulosa para denunciar el escaso interés e importancia que la sociedad española y sus distintos gobernantes han dado nunca a la ciencia.

Sin duda, esta última observación me parece acertada e indiscutible a vista de los hechos que nos preceden, sin embargo, no es por lo que escribo estas palabras, sino por lo que viene. En una de las escenas del capítulo mencionado, el trabajador más veterano del Ministerio va a ser ejecutado por la espalda junto a Emilio Herrera, quien se pone a rezar antes del disparo que acabará con su vida pues, a pesar de pertenecer al gobierno republicano progresista del treinta y seis, es un fervoroso creyente católico. Al verlo, uno de los malvados ejecutores, ateo por carné, se ríe de él y lo insulta, impidiéndole que concluya la oración. Es entonces en este momento cuando el héroe ministerial se gira, interrumpe el agravio y sale en defensa de Herrera diciendo: 

“Reza porque le sale de los cojones. Oiga, si tiene que matarnos hágalo de una vez, pero no nos falte al respeto. Yo creo en Dios menos que ustedes, pero si este hombre quiere rezar, usted se calla…”

─ ¡Guau! ─exclamo. Y la palabra respeto me pilla sorprendido al vérsela expresar de forma tan categórica a alguien defendiendo la dignidad de su contrario, es decir, de uno que, a diferencia de él, cree en Dios y ve el mundo de manera diametralmente opuesta. Respeto, sigue sonando mientras la serie avanza y el fotograma permanece congelado en la retina de la memoria.

─Qué pena que sea una serie donde todo es ficción ─pienso cuando salgo del embeleso. ─Ya podría aplicarse esta misma categoría más de uno que conozco de la vida real. Qué lástima que las ideologías nublen así el corazón.

Termina el capítulo y a continuación escucho la intervención del señor Iglesias a razón de la aprobación del llamado Ingreso Mínimo Vital. Por segunda vez consecutiva me pesco con el mismo pasmo, esta vez al oír a un representante gubernamental en la tribuna del congreso dar las gracias a las redes de solidaridad, asociaciones vecinales, parroquias, bancos de alimentos y ONGs que durante largo tiempo han estado haciendo el trabajo y sufragando los gastos que ningún poder público ha querido asumir.

─Y esto no es ficción ─inmediatamente recapacito.

He dicho.

Elromeroenflor

 

 

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