Utopía torera

Algún día la soberbia acabará con el mundo.

Si por fin cambiara la tendencia de las series distópicas y se rodara una utópica, podría titularse ¡Torero, torero! aunque no fuera, necesariamente, ambientada en nuestro país.

Hace años, exactamente en 1992, como algunos aún recordaréis, Mijaíl Gorvachov visitó España. En su periplo protocolario pasó por Sevilla, ya que en aquellos días la ciudad formaba parte del itinerario oficial por celebrarse allí la Expo’92, aquel sarao babilónico que pasará a la historia como el acto oficial a través del que se encauzó e institucionalizó la corrupción en democracia.

Pues bien, a lo que iba, cuando el señor Mijaíl Gorvachov de la mano de su homólogo Felipe González hacía su correspondiente paseíllo por las presuntuosas avenidas del recinto expositivo, sucedió lo que casi nos cuesta un grave conflicto diplomático si no llega a ser por la, supongo, avispada intervención de los intérpretes: La muchedumbre exaltada, tan solo contenida por vallas y policías nacionales, vitoreaba desgañitada al paso del presidente ruso ¡torero, torero!

Hospitalidad made in Spain que hubo que justificar otra vez.

Ante el revuelo mediático que se formó a causa de la cara de agente de la KGB cabreado que se le quedó al señor Gorvachov al suponerse insultado, el señor González no tuvo otra que la de comparecer. Con una enorme sonrisa política, el expresidente nos informó de que el malentendido, culpable de tan desagradable expresión facial, había sido rápidamente aclarado una vez el mandatario entendió que este vítor no era un insulto sino toda una distinción de honor con la que las efusivas gentes de España y olé reconocían en la plaza la valentía de alguien*.

Sí, recordemos. En aquellos locos años noventa este grito honorífico sonaba por todas partes a la más mínima ocasión. La efímera cultura popular de entonces lo había convenido así, había decidido gritar “torero, torero” cuando en realidad querían decir valiente, pero también cuando querían decir guapo o simpático o generoso o me lo estoy pasando de puta madre o esta noche follo o que bien que no me han multado o nos hemos sacado una copa de gratis o etc., etc., etc. Pero el símil entre valiente y torero fue el que sonó en aquella calurosa mañana sevillana por las avenidas de la Expo, y eso es lo que nos importa.

Su símil es fácil de entender. Solo hay que observar cómo se comportan estos hombres vestidos de luces ante un animal de tremendo peligro y dimensiones. Ante todo, con valentía, de eso no hay duda. Lo que no queda tan claro es el porqué. Ellos gustan decir que, además de por dinero, lo hacen por amor al arte, a la belleza, a la pasión, a la cultura y ese montón de recargados eufemismos con los que presumiblemente solo quieren ocultar la razón principal: el amor a la soberbia.

Sí, amor a la soberbia, a este sentimiento que desata la exigencia de sentirse admirado, considerado, ansiado, preferido, valorado. A esta necesidad solo satisfecha haciéndose notar, ver y sentir, demostrando que se tiene al toro por los cuernos, que se tiene el poder. A esta desbocada creencia de superioridad que tan altas dosis de endorfinas y dopamina libera, que a tantos trastornos, imprudencias y arrebatos aboca. La soberbia, este sentimiento al que tanto nos han acostumbrado los miembros de cúpulas y cupulillas, y que reduce cualquier decisión, acuerdo, convenio, tratado, concierto o arreglo de naturaleza trascendental, insignificante, familiar, local, capital, internacional, global o espacial a la mera obtención de placer.

Amigos míos, la soberbia dirige el mundo, pues solo los soberbios necesitan un pódium desde donde sustentar su delirio de poder y grandeza. Si no queréis que ésta acabe con el mundo sonreíd y gritad fuerte: ¡torero, torero!

*Nota para los más jóvenes:

En 1992 se reconoció popularmente la figura de Mijaíl Gorvachov porque, del este, fue la cabeza visible en el desmantelamiento de la Unión Soviética. A partir de este momento, las potencias occidentales se encargaron de venderlo como el último gran mártir del capitalismo. Y claro, aunque en España todavía muy pocas personas sabían lo que era el capitalismo, sí que otras muchas estaban bien versadas en esto de los mártires. De ahí que le vitorearan ¡torero, torero!

He dicho.

Elromeroenflor

Comentarios

  1. Grande Iñaki!!
    “España es un país que se pone delante de un toro, pero ve un libro y sale corriendo”
    Julio Anguita

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