Postales de verano 14: Variables y decisiones


De la espiral emocional en la que Bianca se encuentra inmersa en este momento, evidentemente, Francesca y Alex no saben nada. Ellos, como ya se ha dicho, han ido al hospital a ver a Irina, que todavía sigue allí después del accidente que tuvo con los dos alemanes y la italiana en la playa, y en el que estuvo a punto de partirse el cuello si no fuera porque la mano del destino prefirió que no fuera así y que la joven se quedara todavía con nosotros formando parte de este entramado de variables y decisiones al que llamamos vida. Nadie sabe por qué lo hizo, solo el devenir de los días nos dará la respuesta.

Ya en el hospital, Alex se ha encontrado inesperadamente con Natasha, la otra rusa, que ha aprovechado para llevárselo fuera de la habitación y reprenderlo por haberles dejado tirados a ella y a Jimmy en su cita de esta mañana.

О чем ты думаешь, идиот? (¿En qué piensas, idiota?) –le ha dicho. –Has perdido una oportunidad de oro.

Obviamente, la excusa que Alex ha puesto a Natasha ha sido muy diferente a la razón real por la que no se ha presentado. Está claro que no le iba a contar la verdad, su verdad, la que no comparte con nadie por temor a mostrar su debilidad. Sabe el precio que podría pagar si se muestra vulnerable al reconocer que ha elegido quedarse guarnecido toda la mañana en el calor de los senos de Francesca, en el bienestar de sus suspiros, en el del profundo frenesí de sus caricias trémulas, en el de la nostalgia secreta del pezón materno, en el del amor, en fin, no solo carnal, sino también espiritual. Siempre señalado y retratado en la difícil Siberia como el chico grosero y violento que, en realidad, no era, había aprendido el alto coste a pagar que tenía mostrar la verdad. No quería correr ningún riesgo, pero, esta vez, tampoco desaprovechar la oportunidad que la vida le ofrecía con Francesca. Ella era mucho más que una piel morena tatuada, un buen culo y unas tetas duras y siliconadas, era la llave de su nueva vida, la del cambio que había ido a buscar a la Costa del Sol huyendo de las implacables bandas de su ciudad. Pero necesitaba pasta, y no tenía más herramienta que su experiencia, la del crimen. Así que no le quedaba otra que convencer a la rusa de que el plantón de esta mañana estaba justificado. Tenía que conseguir que Jimmy le volviera a dar otra oportunidad, tenía que conocerlo y conseguir algunos trabajos. 

–Está bien –le ha respondido Natasha cuando ha terminado de justificarse–. Intentaré que Jimmy te vea otra vez, pero no te prometo nada. Me imagino en lo que estás metido en Siberia y quiero ayudarte, ¿me entiendes? Así que no se te ocurra hacer el imbécil esta vez. Si quieres, aquí puedes ganar mucha, mucha pasta. Eso sí, siempre y cuando no te atrevas a joder a los de arriba. Esto no es diferente de donde nosotros venimos, ¿entendido? Si lo haces, estarás firmando tu sentencia de muerte. 

–Entiendo.

–Seguro que sí.

Más o menos al mismo tiempo, pero a varios kilómetros de allí, los dos primos alemanes, Karl y Lukas, están uno junto al otro dentro del agua, apoyados en el bordillo de la piscina del hotel donde se han escondido. Se encuentran a la espera de saber algo sobre el accidente de Irina, alguna noticia que les clarifique el siguiente paso a dar. En Internet no han dicho nada de momento, aun así, siguen temiendo que la chica haya muerto. Ellos no han tenido nada que ver, pero no quieren que se les cargue con ninguna responsabilidad, verse involucrados de ninguna de las maneras. En su pueblo acaba sabiéndose todo, por muy lejos que suceda. Las putas redes de mierda –exclama Lukas–. ¿Qué iban a decirles a sus vecinos, a sus amigos, a sus padres? Y lo que es peor, ¿qué iban a pensar estos de ellos? No, no, claro que no, no están dispuestos a renunciar a la vida que todavía les queda por delante.

–Y menos, por culpa de dos tías que solo buscaban nuestra pasta y nuestro rabo –comenta el guapo de Karl.

–¿Entonces? –pregunta Lukas.

–¿Entonces qué? –responde Karl.

–¿Somos pareja? –se atreve a decir por fin Lukas, que no para de darle vueltas después de los encuentros sexuales que han tenido tras el accidente.

–¿Pero, qué dices, tío? ¿Te has vuelto loco? Somos primos, joder, cómo vamos a ser pareja. No lo pongas más difícil, ¿de acuerdo?

–No sé…

¡Nein!

–Es que yo creía que…

–¿Qué?

–Que habíamos sido sinceros.

–Joder, Lukas, que solo hemos echado un par de polvos… No me seas maricón, ¿vale?... Estábamos nerviosos, eso es todo (...) No te quedes callado, Lukas. No te quedes callado y respóndeme: estábamos nerviosos, ¿verdad?

–Sí –titubea Lukas.

–Sí, ¿qué?

–Estábamos nerviosos.

–Pues eso… Y no se te ocurra contárselo a nadie, ¿comprendido?

–Sí.

–Eso… Y ahora mira a esos dos chochitos ingleses –señala cambiando de tema Karl.

–¿Cuáles?

–Esos de allí, joder. ¿Es que no ves las putas banderas inglesas de sus bikinis? Vamos a ver si nos las tiramos y se te quitan todas esas mierdas que tienes en la cabeza, anda.

Entonces el guapo de Karl, de un solo impulso, se separa de la pared y se dirige a nado hasta las hamacas donde las dos chicas toman el sol.

Desde el otro lado de la piscina, aún apoyado en el bordillo, Lukas se queda observando cómo su primo se exhibe frente a ellas. La situación le desconcierta, no sabe qué pensar. Es la primera experiencia homosexual que ha tenido y, encima, ha sido con su primo. Verlo ahora ahí pavonearse le excita y no se siente mal por ello. Él, por el contrario a su primo, no tiene ningún problema con los gays ni tampoco con el sentimiento homosexual que le acaba de nacer. Es así, simplemente. Sin embargo, junto al ardor que le provoca ver a Karl en acción, no puede evitar que una sensación de desprecio se adueñe de él. Es normal, se acaba de dar cuenta de que su primo, el guapo, con el que tanta unión filial ha tenido desde siempre, es un déspota y un cobarde, un ser ruin. 

–¿Cómo no lo he visto antes? –piensa– Sin duda, el afecto, incluso el filial, ciega a las personas. 

Así, desconcertado y decepcionado, en este momento decide que no está dispuesto a dejarse arrastrar. Si algo no soporta es que nadie, ni siquiera su primo el guapo, intente estar por encima de él.

–Karl –le llama una vez llega hasta donde está con las dos inglesas–, me voy al Buda Bar. ¿Te vienes?



Elromeroenflor

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