Postales de verano 13: El funeral

–Estoy hecho polvo –dice Acke, el hijastro del alcalde, antes de absorber la última ostra–. La muerte del viejo ha sido un mazazo. La ciudad está consternada.

–Sí, era un buen tipo.

–Que buen tipo ni qué coño. Era un hijo de la gran puta y se merecía morir como nadie, pero era como un padre para mí, joder. Oye, tú –le dice al camarero–, tráeme media docena más. ¿Estás seguro de que no quieres? 

–No, son todavía las diez.

–Ay los franceses, no sabéis lo que queréis... Escucha, Jimmy –le advierte poniéndole la mano en la nuca y atrayéndolo hacia él– te lo voy a decir solo una vez: no me hagas tú también de lameculos, ¿ok? No se te ocurra joderme. A esta panda de alrededor se lo permito porque son imbéciles y no dan más de sí, pero a ti, no, ¿me oyes? Tú eres demasiado listo. 

–He entendido.

–Muy bien –dice soltándole–. Me alegro…  Y ahora tómate unas otras y una copa de champán conmigo. ¡Tú! –vuelve a dirigirse al camarero–, tráele a este una ración de ostras y una copa. Suéltate un poco, hombre –le dice a Jimmy mientras le zarandea el brazo–, suéltate.

–Claro que sí, Acke –sonríe Jimmy.

–¿De qué sirve tanto cuidarse, a ver? Coño, ya hemos corrido los cinco putos kilómetros de hoy, ¿no?

–Sí.

–Pues eso, ya está… Que a gusto se está aquí, me cago en la puta. ¿Se está a gusto o no se está a gusto, Jimmy?

–Se está a gusto, Acke.

–Que puto lameculos eres, por eso te quiero tanto, joder.

–Sí.

–Por eso y porque eres el puto amo, joder. Es que estás como un tren, me cago en la ostia puta. La de pasta que me hubiera ahorrado con tu cuerpo, pedazo de cabrón. La de pasta que les he tenido que soltar a las putas tías para que follen conmigo –ríe–. Porque dime, ¿quién va a querer follarse a un gordo seboso como yo? ¿Eh? ¿Quién?... Tú no sabes lo que tienes, cabrón. Lléname la copa, anda –le ordena.

–Tú no eres ningún gordo seboso –dice mientras le pone champán.

–Venga ya –ríe–. Suéltate, joder, que estamos de celebración, piensa por un momento que no soy tu jefe.

–Como quieras.

–Joder –ríe–, no hay manera… Este champán está frío –se queja– ¿Ves? Tengo que estar en todo...

–Para eso eres Acke.

–Eso es, así es como piensa una cabecita inteligente… Mira –cambia de tema acercando su silla a la de Jimmy–, lo importante es que por fin vamos a poder hacer lo que nos dé la gana sin el aliento del puto viejo en el cogote. Ahora sí, ahora esta ciudad por fin va a ser nuestra. Si el viejo no hubiera sido así de hijo de puta… Joder, era como un padre para mí, como no voy a estar hecho polvo… ¡Esas ostras! –grita de pronto.

Después de que el camarero haya traído una bandeja llena con una nueva botella de champán fría y una copa para Jimmy, los dos brindan por la muerte de su padrastro, por el nuevo alcalde, por la herencia que le ha dejado a su madre y por un futuro que Acke adivina muy próspero.

La brisa del mar agita alegremente los volantes blanco marfil de la pérgola del exclusivo restaurante a pie de playa en el que están. La calma del mar, el azul raso de la mañana y el aire cálido de poniente disfrazan de falsa monotonía el día que acaba de comenzar.

–¿Entonces? –pregunta Acke– la nueva mercancía cuándo me la vas a traer para que la pruebe?

–En un par de días. No creo que tarde más en llamarme.  

–Italiana me has dicho.

–Sí.

–Bien. Nuestros clientes prefieren europeas, de casa. Están aburridos de las asiáticas y por las africanas apenas pagan nada. 

–Por eso.

–El nuevo puto ministro nos está jodiendo.

–Lo sé. Déjame que lo haga a mi manera.

–Ya, ya, pero prodígate… Y venga, termina con eso que tenemos que irnos al funeral del puto viejo. ¡Carlos! –llama a uno de los guardaespaldas– tráeme el traje. Y tú –le dice ahora a Jimmy– vete a casa a cambiarte. Luto riguroso, ¿ok? Va a estar toda esa chusma de la prensa por allí.

Apenas dos horas más tarde, Acke y su madre, encabezan la larga comitiva que sigue al féretro hasta el cementerio por las calles de la famosa localidad donde se ubica el Buda Bar. Viéndolos tan abrazados, tan encorvados y afligidos tras sus gafas de sol, diríase que nunca van a superar la pérdida de su marido y su padrastro "pues, en el fondo, para Acke, era como un verdadero padre", dirá la prensa local.

Elromeroenflor


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