Postales de verano 9 (4ª y última parte)

–¿Estás aquí? –pregunta Irina.

–Sí, mia cara, aquí estoy –le susurra Bianca acariciándole la mano que, aún fría, sobresale de la camilla.

Las dos ya están dentro de una ambulancia camino del Hospital de la Costa del Sol. Otra vez lo van a visitar, aunque en circunstancias diferentes y gracias a la rápida reacción de la italiana pidiendo ayuda nada más ver salir corriendo a Karl y Lukas, a la intervención del equipo de emergencias del SAS, a la fortaleza de Irina y, también, hay que reconocerlo, a la toxicidad de la metilendioximetanfetamina, el éxtasis que se han tomado, por la que la actividad de los neurotransmisores se ha alterado tanto que la han mantenido despierta o, mejor dicho, viva.  

Irina solo lleva un collarín, el resto del cuerpo va desnudo, solo tapado con una manta térmica de aluminio dorado y plateado como la que tapa a Bianca, quien ha logrado ponerse su bikini manchado de grasa y restos de dorada entre lágrimas y temblores mientras unos sanitarios practicaban un boca a boca a Irina. “Qué suerte”, no puede evitar pensar en este momento cuando, vistiéndose, observa como uno de ellos posa su boca sobre la de Ia rusa. La posición encorvada hacia los labios de su amiga le excita demasiado para no ser sincera a pesar de la gravedad de la circunstancia. La estampa le retrotrae a su infancia, a los cuentos en los que los príncipes salvan la vida a todas esas desafortunadas comiéndoselas a besos. Como este médico tan varonil, tan seguro de sí mismo, tan español –suspira nostálgica. Además, el reflejo parpadeante de las luces amarillas de la ambulancia lo hacen aún más atractivo. Salvatore... –susurra mirándolo fijamente justo cuando otra de las doctoras que les acompaña le pone la manta térmica de aluminio dorada y plateada sobre los hombros.

–Tu amiga se va a poner bien –le informa. –No tienes de qué preocuparte. Y la acompaña hasta el borde de la puerta trasera de la ambulancia donde la sienta para que espere ahí hasta que terminen de preparar a Irina para su traslado al hospital.

–Que manta tan mona –comenta Bianca recolocándosela a su manera. –Grazie.

Y mientras tantos, a varios kilómetros de aquí…

–No abre, joder, no abre… –grita desesperado Karl.

–Porque la estás poniendo al revés, ¡joder! – grita exasperado Lukas.

Se refieren a la puerta de la habitación del hotel que han tomado. Están muy cerca de Marbella, han venido hasta aquí en taxi procurando en todo momento que el taxista no les reconozca.

Aterrorizados por los problemas que les puede acarrear lo sucedido, han pensado que lo mejor es esconderse hasta que todo se calme o, al menos, hasta que pasen un par de días en los que tendrán tiempo para pensar mejor qué hacer. Porque está claro que el avión no lo pueden tomar, a esta hora el aeropuerto ya estará lleno de policías buscándoles; al apartamento no pueden ir porque seguro que ya lo han registrado, y a Alexis, Natasha o Francesca no los pueden llamar, en cuanto sepan qué ha pasado los… No se fían.  Por eso la mejor opción es el hotel. Esconderse aquí y esperar.

–¿Qué hemos hecho? ¿Qué hemos hecho? –llora Karl sentado en la cama una vez han conseguido entrar en la habitación. –La hemos cagado, tío. La hemos dejado morir.

–Ya estaba muerta, ¡joder! –le espeta Lukas.

–No lo sabemos… Somos unos asesinos…

–No digas tonterías, estaba muerta, yo lo he visto.

–Y unos cobardes. Deberíamos habernos quedado.

–Pero ¿qué dices? ¿Y que nos jodan la vida? Hemos hecho lo mejor que podíamos hacer. Además, ¿tú de qué la conoces? ¿De qué la conocías? De nada. Pues cálmate y cállate ya.

Los dos primos se quedan en silencio. Uno contra la pared, otro gimoteando y encogido con la cara entre las palmas de las manos. Así se tiran un buen rato. 

–Venga tú –le consuela al fin Lukas poniéndose a su lado. –Ya está…

–No puedo…

–Tómate esto –y sacando un éxtasis de su cartera se lo da con una lata de cerveza que ha cogido de la nevera.

–¿Qué es? –pregunta sorbiéndose los mocos. 

–Algo que te hará sentir mejor –le guiña. 

–¿De dónde lo has sacado?

–Es… Bueno, era de Irina –y se tumba boca arriba.

–Esto no está bien –gime Karl, el alemán de bonita sonrisa, tomándose la pastilla y echándose junto a su primo.

–Tío –le dice quejoso pero más tranquilo, –no puede ser verdad lo que nos está pasando. Parece que estamos dentro de una puta serie de Netflix.

–Es total, ¿verdad? Joder, esto sí que son unas vacaciones. Y pensar que en este momento podrías estar en la granja muriéndote de asco.

–Ahora algunas vacas estarán pariendo… Echo de menos a mis vacas... Oye, creo que esto me está subiendo.

–Y a mí, joder…

–La vida es bella, tío.

–Sí, joder.

–Tío…

–¿Qué?

–Te quiero –dice Karl girando la cara hacia su primo y con la boca ya algo pastosa.

–Y yo, joder –le contesta también mirándole… –Aunque seas maricón.

–¿Qué dices? Yo no soy maricón.

–Venga ya, he visto tu móvil –le revela con una sonrisa que ya se dibuja sin control.

–Yo no soy maricón… Pero te quiero igualmente. 

–Y yo –y le da un beso en los labios que Karl recibe con calma, cerrando los ojos que se abren cuando siente un segundo beso más intenso y con toda la lengua del primo dentro de su boca.

–¿Qué haces? –le pregunta riendo.

–Joder, te quiero, –le declara Lukas.

–¿Estás loco? 

–Te quiero –repite Lukas acercándose para darle otro beso.

–Quita, tío –dice apartándolo.

–Te lo digo en serio –Y le coge de los hombros para que no se pueda incorporar, se echa sobre él y le besa con más intensidad, incluso, que antes.

Fin del capítulo 9


 

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