Postales de verano 10

Amanece. El sol raya de ámbar rosado el horizonte y aclara la oscuridad artificialmente iluminada de la noche costasoleña. Unas cuantas palomas picotean en la arena restos del día anterior, las primeras bandadas triangulares de gaviotas aparecen graznando y los trabajadores del restaurante vecino al Buda Bar ya están secando el rocío que empapa las mesas y sillas de plástico blanco de la terraza. La playa se desentumece. Apenas hay nadie, tan solo unos cuantos paseantes insomnes empezando a motear el paseo marítimo y Jimmy, sentado en una de las mesas del establecimiento. 

Aunque todavía está cerrado, él es una excepción, por eso ocupa el mejor lugar, el que mejor vistas tiene a la bahía. Todavía no se ha acostado, de ahí que lleve gafas de sol y se esté tomando un té verde con hierbabuena de la que ponen los camareros de las macetas del chiringuito. Le gusta, ellos son los únicos que lo hacen así, es decir, cultivar su propia hierbabuena para condimentar el té verde de marca blanca. Son delicados y eso, en este lugar, se agradece, no abunda, según opina Jimmy. 

Contrariamente a lo que cualquiera pueda pensar viéndole vestido así a esta hora, no acaba de llegar de fiesta sino de trabajar. Ir elegante como va no es ninguna impostura, ninguna pretensión noctámbula, es una cláusula natural de su contrato. Hoy la noche ha sido larga y compleja, necesita descansar pero ha quedado en el Buda Bar con Natascha. Le va a presentar a un tipo ruso que ha conocido y que, según ella, vale la pena porque hará todo lo que le pidan. Vamos a ver que ganado me trae masculla meditativo mordisqueando una rama de hierbabuena.

Jimmy viene de Francia y lleva viviendo en la Costa del Sol algo más de diez años. Como muchos, llegó con la idea de pasar unos cuantos días de vacaciones, pero la luz, la fiesta y el abundante sexo sin compromiso le atraparon como el papel hormonado a la polilla, así que optó por perder el avión de vuelta, dejar atrás la gris y lluviosa Bretaña, y buscar trabajo para mantenerse en esta tierra soleada y seca, tan lejos y tan cerca de todo al mismo tiempo. Pronto encontró trabajo. Guapo, con buen culo y monitor de aerobic en su pueblo natal bretón, le contrataron enseguida en el gimnasio del Buda Bar para que, además de aerobic, llevara las clases de Zumba, Step, Trueflow, GAP, Aqua Health, Aqua Power, simplemente Aqua y Total Body. Disciplinas que ejerció hasta que, al poco, le ascendieran a entrenador personal gracias a que un día apareció por sus clases Acke, el hijastro sueco del alcalde de un célebre municipio de la zona.  

–Para qué tenerlo ahí si podéis sacar mucho más de él –les dijo Acke a los dueños del gimnasio. –Además, lo quiero en mi equipo.

Así, Jimmy pasó a ser entrenador personal de Acke primero, muchas cosas más de él después.

–Hola, guapo –le saluda Natascha en español pasándole la mano por el hombro mientras toma asiento. –Te he visto desde lejos. 

–¿Te has puesto más tetas? ¿No?

–Sí, solo un poco más.

–No te sientes, vamos al Buda. Tu amigo tiene que estar a punto de llegar.

Veinte minutos después Natascha está haciendo la cuarta llamada a Alexis. El ruso no responde ni siquiera a los mensajes de WhatsApp. 

–Así que este es tu amigo –comenta agrio Jimmy. –Una pérdida de tiempo. Me debes una –le indica a Natascha con el dedo antes de salir del bar. –Me voy a dormir. 

–Jimmy… –dice Natascha intentando retenerlo. –я плюну на твою могилу! (Escupiré sobre tu tumba!) –exclama ahora refiriéndose a Alexis.

 

 

 

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