In Spain we call it soledad” de Rigoberta Bandini

A los dos les gustaba escuchar música juntos, compartir sus temas comunes y los que acababan de descubrir; aquel día de verano era lo hacían en el coche. Jaime vivía en el extranjero y había venido unos días a España, a la playa, para pasarlos con su hermana. Entonces ella puso “In Spain we call it soledad” de Rigoberta Bandini, una intérprete de la que hasta aquel momento no había tenido noticias. Sonaron los estribillos:

(…)

In Spain we say “it's amargura”

In Spain we say “ay, me desangro”

In Spain we say “qué coño hago”

In Spain we say “joder qué largo”

In Spain we call “it soledad, ah ah ah ah”

(…)

In Spain we say "it's amargura"

In Spain we say "ay, qué desastre"

In Spain we say "ay, me desangro"

"Llama a alguien, qué me muero

Que te quiero pero, ay, qué me muero"

In Spain we call it soledad

–Joder, qué retrato tan acertado –exclamó el hermano ojiplático –¿Y esta tía quién es? Ponla otra vez, ponla otra vez –pidió con insistencia. Así que la volvieron a escuchar un par de veces más antes de llegar a su destino. Le había fascinado.

Probablemente fuera por los años que llevaba viviendo en la distancia del extranjero la razón por la cual Jaime podía diferenciar nítidamente, sin sesgo, los distintos aspectos que configuraban las virtudes y defectos de su sociedad. Por eso, aquel día, mientras escuchaba la canción de Bandini, reconoció el alma oscura de su cultura a la que la artista hacía referencia en la canción. Identificó el sentir melodramático en su pensamiento, el desgarro de vestiduras en su expresión oral, el todo o nada que mediaba en las relaciones, el amaneramiento del dolor de una España que, por todo ello, se la conocía también como “negra”.

Las vacaciones terminaron, la rutina se impuso de nuevo y los meses pasaron con el recuerdo latente de la letra de la canción. Sin embargo, a diferencia de aquel día en el coche, en el que solo hubo lugar para celebrar la elocuencia de la cantante, se preguntaba si no estaría exagerando en la asociación de ideas entre la canción y la España negra. Quería ser benevolente. De ahí que pensara que quizás no estaba siendo justo al juzgar así la identidad cultural de su país, que tal vez se estaba dejando arrastrar por el hartazgo de una beligerancia cada vez más presente en la vida pública española o por algún rencor hacia ella todavía no resuelto.

Sin haberlo previsto, tuvo que volver de nuevo unos días a España por cuestiones administrativas, así que un par de días antes de la fecha señalada tomó un vuelo que le llevaría hasta su ciudad. Al llegar, la encontró como siempre, como si no se hubiera movido una coma desde el día que se marchó por primera vez. Pero le agradaba estar allí a pesar de que ya no se reconocía en ella.

El día de la cita había llovido, el aire estaba fresco y húmedo por lo que los olores crecidos a hierba, tierra mojada y flores se mezclaban en su nariz para darle una impresión aún más encantadora del parque que atravesaba por la facultad de Filosofía en el campus universitario. La sensualidad de aquel momento se hubiera prolongado hasta el final de su camino si no la hubiese interrumpido el tono angustiado, agudo y chillón de una estudiante que le adelantó mientras hablaba por teléfono. Como era difícil no oírla, no pudo evitar atender a la conversación que mantenía.

–¿Y sabes lo que le dije? –refería la chica– Que conmigo no contara más, que eso no se hacía, que ni mi hermana ni yo nos merecíamos eso. Que mi hermana le había preguntado un montón de veces si estaba con otra y él le había contestado que no, que le juraba que no por sus muertos. Y, tío: ¡Estás con otra!, le dije. Eso no se hace, no se le hace a nadie y menos a mi hermana. ¿Te enteras? Tú a mí ni te me acerques, ni se te ocurra… Y va y me contesta que es que mi hermana le ha amenazado con suicidarse un montón de veces si le dejaba. Que estaba loca. Que dice que un día cogió un cuchillo y todo y que… Es que tía, es que es muy fuerte… Mi hermana. Que dice que está loca, que como le iba a decir nada de que estaba con otra para que se matara.

Jaime cruzó de acera, así que no pudo saber el final de aquella sofocante historia de cuernos y chantajes. Lo que sí le quedó muy claro ese día es que a la canción de Rigoberta Bandini “In Spain we call it soledad” no le faltaba razón. No volvió a dudar de la nitidez de su retrato.

Y colorín colorado, el cuento de Jaime se ha acabado.

                                                                                                                                                   Elromeroenflor


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