Juego de niños

Ay, los juegos de niños. Qué grandes momentos.

A través de la ventana veo a unas cuantas niñas y niños jugar. Ahí están ahora corriendo y gritando, libres, todavía sin saberlo. Observarlos te llena de alegría y, a veces, de agradables recuerdos. Porque, aunque en mi infancia no había un parque tan verde y mullido como el de ellos, sí una larga calle con salida a un monte repleto de olivos. Y todo era para nosotros, los que andábamos por allí. Nuestro territorio de risas, travesuras, magulladuras y moretones sin más fronteras que las copas de los árboles y las puertas de las casas que flanqueaban nuestro jolgorio cada mañana, tarde y noche, sobre todo en verano. En aquel pedacito de mundo hacíamos de todo, de todo a lo que nuestra imaginación y ansias de aprender nos avocaba. Entregados a la diversión, íbamos adquiriendo habilidades sociales, psicomotoras o emocionales sin darnos cuenta gracias, sobre todo, a juegos como el guiso, el mate, el escondite, las cabañas, el sota-caballo-rey, el beso-atrevido-o-verdad, la verbena de San Juan; gracias, en fin, a todas esas actividades que, seguro, recordáis tan bien. Fueran de la índole que fueran siempre había un corrillo en torno a ellas; se aceptaban y no se juzgaban, salvo por su capacidad para entretener, eso sí. Por eso daba igual si eran juegos deportivos, desvergonzados o bestias como, por ejemplo, el del túnel de los cogotazos. Este sí que era bestia. Allí se colocaban las dos filas de impúberes con la mano bien abierta y su innata, pero todavía inocente, maldad preparada para sacar brillo al cogote del que, a saber por qué razón, tenía que recorrer tremenda lluvia de manotazos.

El caso es que el otro día me acordé de él, del túnel de los cogotazos, cuando el griterío de los chavales que jugaban en el parque se mezcló con la voz de Mario Vargas Llosa. El recuerdo me vino justo después de que este confesara a viva voz que iba a votar al PP y, a continuación, declarara que muchos de los problemas de Latinoamérica eran debidos a que sus gentes no votaban bien y que, por eso, era importantísimo votar bien. Al escucharle, como ya he dicho, no pude evitar pensar en el túnel de los cogotazos e imaginar al pequeño Mario atravesándolo. Primero: por bocazas. Porque él sabe perfectamente que la realidad social de los países de Latinoamérica es extremadamente compleja, sinigual y de difícil o imposible comparación con otras, entre ellas la de España, con la que no tiene absolutamente nada que ver. Una pequeña muestra de ello es, por ejemplo, el caso de Bolivia. Declarado país plurinacional en el reconocimiento de su heterogeneidad cultural, allí conviven entre mestizos, asiáticos, europeos y africanos, treinta y seis etnias indígenas diferentes que, además, cuentan con su propia lengua. Difícil de comparar, efectivamente. Entonces, ¿no será que la única aspiración del señor Vargas Llosa, en su soberbio afán, solo sea la de sembrar el terror entre quienes le escuchan para conseguir que se vote una sola cosa, es decir, una dictadura, ese hecho político, por otro lado, tan característico de Latinoamérica?

Segundo: por malhablado, ya que llama incapaces a todos esos millones que, según él, se equivocan al votar. ¿Posee, quizás, el don divino de la palabra áurea?

Tercero: por aprovechado, que utiliza su celebrada reputación de escritor para pervertir la intelectualidad poniéndola en contra de los que nunca han tenido la oportunidad de recibir una educación completa y justa como la de él. Así, ¿cómo no va a ser normal escuchar por los pasillos de cualquier rincón del mundo exclamaciones como: ¡Qué mueran los intelectuales! o ¡American first!?

Cuarto: por llorica, pues el niño Mario no acepta que Fujimori, a quien ha apoyado en los últimos comicios peruanos este mismo año 2021, no haya alcanzado los votos necesarios para gobernar el país. ¿No os resulta familiar esta pataleta?
En fin...

Ahí están ya todas las niñas y niños en el parque. Le esperan. Mario: al túnel de los cogotazos. Venga, adelante, que tan solo es un juego no más bestia que el de tus palabras. Que, en democracia, este pequeño tesoro en peligro de extinción por cazadores como tú, la cuestión no es si se vota bien o mal, sino si se gobierna mal o bien.

Elromeroenflor

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