Un verano de Whatsapp por el sur de Italia: III. Tarento y Matera

Hace una noche apacible de verano y estamos en una monumental plaza barroca del sur de Italia. En el centro hay un hombre de atractivo perfil mediterráneo vestido con un traje de lino claro que deja intuir su pecho tostado por el sol. Va descalzo, en la mano lleva un par de sandalias. De un lado de la plaza aparece otro hombre también guapo y mediterráneo salvo por la altura, pues es más alto de la media. Va en vaqueros y camisa blanca a medio abotonar, sujeta una chaqueta que apoya sobre uno de sus hombros. Despacio se acerca al otro, a quien mira con sus penetrantes ojos negros mientras dibuja una pequeña mueca lateral presuntuosa con sus labios carnosos. Al verlo, el primero sonríe y enseña sus dientes blancos. Cuando ambos están suficientemente cerca, uno besa el cuello del otro con erotismo escalofriante. Entonces, sin más e inmediatamente, la noche se transforma en día y los dos aparecen ahora en la terraza de un restaurante situado en un acantilado a pie de un mar azul turquesa refulgente; rodeados de buganvillas y geranios, brindan con dos copas de vino al son de una pandereta. Seguidamente, los esculturales jóvenes saltan varios metros al mar desde una roca para, luego, amarse con pasión tumbados en un rompeolas al tiempo que una voz en off dice: “Italia: di sole, di mare, di viaggio, di sud ma soprattutto di amore” … Y es en este momento cuando coges el mando y apagas la televisión o cierras la pestaña de YouTube, pues era solo un anuncio.

Si poco a poco nos damos cuenta de que la vida y sus momentos funcionan mejor cuando menos se espera de ellos, en Italia esta moraleja se expresa, si cabe, aun con más firmeza. Sobre todo, si uno va a Nápoles, pues aquí, por lo general, nada es lo que uno espera encontrar, y más después de haberse tragado durante años todos estos anuncios promocionales del país que, como el que suscribo, nos han hecho crear y creer en una Italia que no es. Perversiones turísticas. Solo cuando alguno de dichos spots diga algo así como: “¡Disfruta Italia, no dejará de sorprenderte!”, hará honor a la verdad.

 

Salimos de Lecce en dirección a Nápoles, pero antes decidimos visitar Tarento y Matera, dos pueblos al norte del tacón, uno todavía en la región de Apulia y otro ya en la de Basilicata, casi rozando del tobillo de la bota. El primero lo queremos conocer por su empaque histórico, ya que fue capital de la Magna Grecia y este honorable estatus no lo podíamos pasar de largo. Buscamos la huella helena de aquellos días de prosperidad y gloria, aunque, como comprobaremos más tarde, de ella solo quedan en pie dos columnas que pertenecieron al templo de Poseidón, dios principal en aquellos lejanos y perdidos días. Al menos, eso sí, Tarento cuenta con un estupendo museo de arqueología donde se conserva una rica, extensa y variada colección de cerámicas que ofrece la oportunidad de recrearse en los mitos y creencias clásicas. Allí pasamos la mayor parte de las horas que teníamos reservadas para pasear porque, por lo demás, la ciudad es hoy un lugar polucionado, cuyo centro histórico se viene abajo de puro deterioro y abandono. Viendo tanta dejadez, a uno le cuesta imaginar que la que pisa sea aquella isla a la que llegara Falanto, el fundador de la ciudad, en lomos del delfín que le salvaba la vida después de que se hundiera su barco cuando iba a la conquista de nuevos territorios.

En cuanto a Matera, fue la recomendación de varias personas y el distintivo de Patrimonio de la Humanidad que la UNESCO le concedió lo que nos empujó a conocerla. Con su correspondiente deforme periferia, como parece mandar todo protocolo urbanístico mediterráneo, uno respira aliviado cuando llega a la parte antigua que es, ante todo, una inquietante locura arquitectónica con aspecto de esqueleto de colmena. Porque durante miles de años sus habitantes excavaron en la roca casa sobre casa y esculpieron en sus muros fachada sobre fachada, hasta que en los años cincuenta del siglo XX (supongo debido a los suculentos negocios corruptos de la construcción) alguien decidiera trasladar a los vecinos a nuevos barrios fuera del perímetro cavernícola bajo la excusa de derrumbe. Así que, hoy en día, la vieja Matera, después de haber sobrevenido y conservado en su haber visual tantos períodos estéticos del arte, además de esqueleto terroso de colmena, forma una especie de alegoría amontonada de la Historia del Arte. Un espectáculo del azar para nuestros ojos que se extiende a lo largo de varias colinas y que las habituales riadas de turistas no impiden disfrutar, como tampoco lo hacen de su aire serrano ni de sus aperitivos de la tarde tan agradables.

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