Postales de verano 8: Trato hecho

Unas horas antes de que Francesca caiga en la puerta del Buda Beach sin conocimiento por una sobredosis de burundanga…

─¿Estás seguro? Aún estás a tiempo de decir que no ─insiste Sasha.

Mala puta ─insiste Alexei.

La moscovita y el siberiano han quedado, pero nadie debe saberlo. Sasha se ha duchado después de correr apaciblemente 21 km por la Senda Litoral, ha comido algo de fruta fresca y se ha marchado al encuentro. Alexei también. Ha aprovechado para hacerlo cuando Francesca se ha ido al mar con su amiga Bianca. Ya van los dos de camino. La rusa va a proponer un trabajo a su compatriota y para ello lo ha citado en una conocida cafetería de esas olor mezcla de café, vainilla y desinfectante de superficies que, además, exhiben en sus vitrinas, con pretensión rústica, una colorida artillería de dulces sabor a nada-más-que-azúcar.

De momento, Sasha ya ha llegado y está sola al final del local con una Coca-Cola a la mitad y un plato de aceitunas sin tocar. A pesar del calor, espera con la misma fría prestancia de quien aguarda un tren en San Petersburgo durante el invierno. Cuando mira su reloj, entra Alexei que, al descubrirla, le saluda con arrebato y desentono. Se acerca a ella. Sortea el ir y venir de camareros, vajilla y clientes cuyo estrepitoso concurrir le gusta. «Las cafeterías de Siberia no son así, son silenciosas y tristes, muy diferentes» ─piensa.

 (En ruso)

─Disculpa el retraso, Sasha.

─No pasa nada.

Sin darle tiempo a que se siente, una de las camareras, la morena achaparrada, se yergue firme frente a él con libreta y bolígrafo en mano, que hinca con fuerza sobre la hoja del bloc de comandas.

─¿Qué quiere tomar? ─pregunta la camarera. 

─¿Qué quieres tomar? ─traduce Sasha.

─Una Coca-cola diet ─responde Alexei.

¿Diet? Que mariconada ─ríe punzante Sasha─. ¿Eso es lo que bebes normalmente?... Una Coca-cola light, por favor ─pide en un español casi sin acento─. Y no ponga esta vez aceitunas.

─¿Patatas fritas? 

─No, nada. No hace falta que ponga nada. Gracias.

─Muy bien ─confirma la camarera alejándose al trote y cojera, y contoneando el esmerado lazo rosa de su delantal.

─¿Hablas español? ─pregunta sorprendido Alexei.

─Sí. Y tú tienes que hacer lo mismo... Si aceptas mi oferta. Porque estás seguro de que quieres trabajar para mí, ¿no?

─Sí, claro. Me encanta España. Aquí la gente sonríe, es amable, hay sol, color, alegría, fiesta…

─¿Y tu vida en Novosibirsk? Novosibirsk Siberia, ¿no? 

─Sí, Novosibirsk Siberia.

¿Qué haces allí exactamente?

─Trabajo en un supermercado.

─En un supermercado...

─En un supermercado, sí.

─Aha... ¿Tienes familia?

─No.

─¿Amigos?

─La Coca-cola light sin patatas fritas ─interrumpe la misma camarera de antes.

Thank you! ─exclama Alexei.

─De nada, de nada ─y se va inmediatamente al mismo trote y cojera de antes.

─Me encanta España...

─Sí, ya lo has dicho. 

Alexei se sirve la Coca-cola light, bebe, se infla de gas y eructa. Sasha observa atentamente sus movimientos y gestos. Los computa y estudia.

─¿Y de que va tu oferta? ─pregunta tras un segundo trago.

─De ganar dinero, ¿de qué si no?

Perfecto ─dice ampliando la sonrisa.

─¿Verdad? Aunque conlleva algún riesgo.  

Imagino. ¿De cuánto?

─Digamos que un setenta-treinta. 

─Me refería a la pasta.

─Esto ya lo sabrás en su momento.  

Así, callan, beben, esperan y vuelven a beber. Setenta-treinta, es un riesgo demasiado alto. Pero, por otro lado, es una proporción con la que Alexei está acostumbrado a moverse en Novosibirsk. La vida allí no es fácil.

─¿Tienes otra pregunta?

─Sí, solo una. ¿Por qué yo?

─Porque necesitas un cambio.

─¡Ja! ─ríe susceptible─. ¿Y tú, cómo sabes lo que yo necesito?

─Estás aquí, sentado frente a mí. Suficiente.

─Estoy aquí por la aventura.

─Ya, claro ─añade en tono escéptico.

─Quiero vivir la vida, la vida loca de España. 

─Sí, sí.

─¿No me crees?

─Lo que tú digas. 

─No me crees. Me da igual. Me gusta España. Estoy aquí por su sol y su alegría.

─Ya... Y de paso evitar que te peguen un tiro o te hagan picadillo en Novosibirsk.

─¡Ja!  ─rechinar la ofensa─. Y a ver, ¿por qué me van a meter un tiro en Novosibirsk?

─Porque estás de mierda hasta el cuello y no estás aquí de vacaciones, sino huyendo. Lo del supermercado es una tapadera. ¿O te crees que soy idiota, que me voy a tragar que el salario de un supermercado en Novosibirsk da para pagarse unas vacaciones aquí cuando no da ni para pagar el alquiler allí? Si vas a trabajar para mí tendrás que esforzarte un poco más en tus coartadas. Yo te enseñaré. Mira tu reloj ─añade─. Imitación. Buena, pero imitación. ¿A que tampoco me equivoco? Solo viéndolo, me puedo hacer una idea bastante nítida de donde vienes, a lo que te has estado dedicando y del precio que tiene tu cabeza.

Alexei ya no sonríe. Contiene la respiración. Todavía necesita unos segundos para reaccionar. Sasha, entretanto, apura su bebida.

─Tranquilo, no te voy a delatar. Conmigo estarás a salvo... Siempre que aceptes, claro ─y se traga el hielo del vaso y lo tritura con los molares.

─Que mala puta... ─dice ahora serio Alexei. 

Aún estás a tiempo de decir que no.

─Claro...

─Harás bien si aceptas, créeme. ¿Alguna otra cuestión?

─¿Tan evidente es?

─¿Qué eres un paleto en líos? Para mí sí. Para la italiana esa con la que te acuestas no, a ella la puedes seguir engañando todo lo que quieras... ¿Estás seguro? Aún estás a tiempo de decir que no ─insiste Sasha.

─Mala puta ─insiste Alexei.

 

Elromeroenflor

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