Los siete cabritillos en el país de A ver si lo entendéis

Un cuento que suele fascinar a los niños, supongo que por el paralelismo que ya intuyen con el mundo real, es el de Los siete cabritillos. Como muchos recordaréis, en él, la madre, antes de salir a sus menesteres caprinos, alertaba muy seriamente a los pequeños del gran peligro que les acechaba estando el lobo merodeando por los alrededores. Les instaba a que debían no confiarse y seguir sus instrucciones si es que no querían acabar entre sus terribles garras. ─El lobo no tiene piedad ─les dijo─. Os devorará uno a uno y no atenderá a vuestros llantos y lamentos, le darán absolutamente igual. Él solo quiere comer.

Y allí se quedaron los siete cabritillos solos después de prometer a la madre cabra que la obedecerían, de asegurarle que podía confiar en ellos, de balarle que se quedara tranquila ya que el lobo no les iba a engañar. Así, mientras cada uno andaba ocupado en aquello que más le entretenía como cornear, ramonear, masticar o hacer cabriolas, el lobo apareció, pegó a la puerta y fue rechazado por acordar los cabritillos que ese no era el timbre de balido de su madre. Larga y acalorada discusión mantuvieron para llegar a esta masticada conclusión. Tanto tardaron que el lobo, desesperado, estuvo a punto de desistir y dirigirse al corral de las gallinas para comer, a pesar de no ser ellas plato de su gusto.

Igual que con esta vez sucedió con las dos siguientes, la del huevo para afinar la voz y la de la harina para blanquear el pelaje. Es decir, al mismo tiempo que el lobo esperaba disfrazado y hambriento en la puerta, los cabritillos se enzarzaban entre balidos y cabezazos acerca de si quien aguardaba detrás de la puerta era o no la madre y si debían o no abrir. La mayoría, ya lo sabéis, se pronunció a favor de abrir impacientes y confiados de su propio convencimiento. Solo uno se opuso, el pequeño y prudente que entendió a través de los instructivos balidos de su madre y de los rebuznos, ululatos, relinchos, gruñidos, berridos, cacareos, maullidos, ladridos, mugidos y graznidos que de fuera les llegaban que la astucia del lobo no tenía límites, que no había establo, cabaña o animal que se le resistiera. Que, por eso, si a uno le pillaba cerca, lo mejor que podía hacer era huir o protegerse como pudiera. Sin embargo, la sensatez de su voz no fue suficiente para convencer a las otras seis que tanto confiaban en su propia creencia. Así, al tercer intento, cuando la fiera enseñó la pata teñida de blanco, se le dejó entrar y los devoró uno a uno sin demora ni piedad, tal como les advirtió su madre. A todos menos al pequeño prudente que, prevenido, se escondió en el reloj de pared.

Luego llegó la madre y cuando supo de hocico del menor todo lo que había pasado no se sorprendió. Notable era el conocimiento que tenía de sus hijos. Enfadada con los cabritillos, eso sí, su instinto maternal la empujó a idear un plan para rescatarlos antes de que se terminaran de descomponer en la barriga del matarife. Una vez las tripas de este fueron abiertas, uno a uno salió y volvió a la cabaña donde, arrepentidos y con el morro bajo, balaron quejosos todo tipo de disculpas. Entretanto el lobo se sumergía en el fondo del pozo y moría ahogado. Pero solo este porque otros seguían merodeando la zona.

Estos días pasan por delante de nuestros ojos incontables escenas en las que comprobamos cómo miles de personas hacen caso omiso tanto de las indicaciones como de las advertencias de las autoridades sanitarias para evitar el contagio y propagación sin control del virus Covid19. Todos impacientes, convencidos, confiados e imprudentes como los cabritillos, creen que el lobo nunca les atacará, que la protección de la madre (gobierno de turno, científicos y sanitarios) llegará a tiempo y que, ellos sí, se salvarán. Obviar las medidas de distanciamiento, no llevar mascarillas y no mantener una higiene constante significa, simplemente, abrirle de par en par la puerta al lobo.

Si así es como los cabritillos actúan con el virus Covid19, ni deciros lo que se puede esperar de ellos en cuanto a las medidas de contención del feroz cambio climático.

He dicho.

Elromeroenflor 

 

 




Comentarios

Entradas populares de este blog

Unos días de monzón en Indonesia

Una vez probado el alivio

El flautista de Hamelín y la distinción