Otelo y el dócil autómata
─¡Ahí va el negro rumbo a Chipre! ¡Ahí va, tan noble y bizarro, preparado para defender la isla de los temibles turcos! ¡Ahí va, combatiente en su galera! Invencible, Otelo surca raudo el Mediterráneo desde Venecia. Tras de sí, se desvanece una honda y blanca estela que raya a su paso este memorable mar azul de plácidas orillas y risueños delfines, de gimientes cavernas y benévolos favores , de cruentas batallas y dioses arbitrarios . ¡Ahí va! A varios días de navegación de su amada, Desdémona, que ya lo espera impaciente en el muelle de una Chipre liberada del peligro turco por designio Divino. ─¡Hurra! ¡Una tormenta ha destruido la flota otomana! ─anuncia alguien en la isla─. ¡Celebrémoslo! ¡Encendamos los altares, bendigamos el vino, sacrifiquemos el mejor de los carneros! Amén. Pero de estos laureles el negro aún no sabe nada, tampoco de la mordedura letal que prevé asestarle Yago, cabeza de serpiente, a su llegada. El Siroco sopla y no le advierte de la ponzoña que el traidor